Jorge
Yarce
Cuentan
de Miguel Ángel que a veces se quedaba contemplando un trozo de buen mármol y
exclamaba: “Ahí está: sólo hay que quitarle
lo que le
sobra”.
Podríamos decir que en cada uno de nosotros hay que
quitar cosas que sobran para que quede la obra de arte, lo
valioso. O sea,
nuestros valores, sobre todo los
que nos definen como personas, como seres que tienen por misión ayudar a
que otros descubran
también lo más valioso que
poseen, el valor que resume todo: la dignidad humana.
Hay
que vencer la pereza, la tristeza, el egoísmo, la vanidad, la indiferencia, el
temor, y en su lugar descubrir y hacer lucir la responsabilidad, la alegría, la
generosidad, la sencillez, la lealtad, la amistad, la fortaleza, la tolerancia
y el respeto, por mencionar sólo algunos de los valores de los que más urgencia
tenemos.
La calidad
se mide por los valores
La
publicidad de los productos habla insistentemente de la calidad. Es muy
importante que si se pide calidad para las cosas que consumimos, exijamos
calidad en la persona. En ella, la calidad se mide por los valores, por la
capacidad de virtud y de hacer el bien, por la rectitud en su conducta.
Etimológicamente
la palabra valor significa “ser fuerte”, “estar en buena forma”, “ser digno de
estimación o aprecio”. No se trata sólo de estar en buena forma física, de
tener sólo lo que necesitamos materialmente o aquellas cosas
que nos producen satisfacción o
placer, ni contar
con apariencia o con buena imagen. Es tener buena forma interior y
actuar de acuerdo con nuestra dignidad como personas.
No
hay que ponerse a inventar los valores. Basta mirar al pasado y comprobar que
lo valioso que nos transmite la Historia son los valores a través de las personas que los han
encarnado de una manera ejemplar o excelente. Si miramos alrededor nuestro, en
nuestra misma familia,
incluso en la empresa, vemos muchos valores y
apreciamos la forma más eficaz de comunicarlos: el ejemplo.
Todos
nacemos con unos valores que vamos desarrollando a lo largo de la vida por
medio de la educación y del esfuerzo que hacemos para mejorar en todos los
campos. El problema está en que a veces esos valores se apagan, se nos olvidan
o nos los arrancan la vida cómoda, la falta de esfuerzo o la pereza para quitar
lo que sobra en nosotros.
Hay que
construirlos
No
es una tarea fácil pero hay que afrontarla. Se parece más a una labor de arte,
como la que hacía Miguel Ángel con el mármol en que él veía la escultura que
apenas era un proyecto en su mente, un ideal. No se aprenden los valores oyendo
o leyendo sino, ante todo, viviéndolos. Todos podemos vivirlos, pero cada uno
debe y puede alcanzarlos en una
medida diferente. Mientras más
valores tengamos, nuestra personalidad será más rica y sólida.
Eso
es lo que quiere decir personas de carácter, personas de bien, buenos padres,
buenos hijos, buenos hermanos, buenos amigos, buenos compañeros o buenos
ciudadanos. Los valores dependen no de
lo que cada uno tiene o de las cosas que consigue sino del grado de bien que
sepa comunicar a los
demás. Además, no hay
nadie que no posea algunos valores.
Pero no basta con un mínimo, como no le basta a la persona
con alimentarse sólo
un poco. Hay que hacer que los
valores crezcan en nosotros, se desarrollen, sean como árboles altos, de buena
sombra para que se arrime quien está cansado de caminar a pleno sol.
Una meta y
un ideal
Una
persona que no mejora sus valores cada día,
se va quedando
sin fuerzas o se
contenta con ir tirando de cualquier manera. Y si se descuida mucho, dará dos
pasos adelante y tres para atrás. Los valores son siempre
una meta y un ideal, porque nadie puede decir que tiene ya suficientes valores.
Hay que esforzarse por llevarlos a la práctica, por convertirlos en algo real,
palpable. Si no, las personas se vuelven mediocres y las empresas también.
Lo
mismo pasa con la sociedad: si no predominan en ella valores como la paz, la justicia, el
respeto, la convivencia, la participación, la solidaridad o el civismo,
entonces se vuelve árida, inhóspita, parece más un desierto o a un paisaje
lunar, que un sitio para compartir la vida. Lo más valioso que Dios
le ha dado
al hombre son realidades como la vida, el amor, la
inteligencia, la libertad, la fe... valores que necesitan de otros, como los
citados antes, para protegerlos y
defenderlos, luchando para
respetarlos en nosotros y hacer que se respeten en todos.
Se pierden
indoloramente
Si
no se respetan y hacen respetar en los demás, pueden perderse. Cuando se
pierden, no se da uno cuenta tan fácilmente como cuando se le pierde una cosa.
Se siente menos, duele menos, pero luego se nota que faltan, que se han ido
diluyendo porque coge fuerza lo contrario, los antivalores: la violencia, la
injusticia, la mentira, la deslealtad, la prepotencia...
Por
eso es tan importante que pensemos si tenemos valores, si vivimos valores y si
defendemos valores. A veces la gente defiende cosas que no valen la pena y en
cambio se deja quitar lo más importante, los valores que son inseparables de la buena conciencia,
del actuar con integridad. Los valores se siembran en la mente y en el corazón.
Si hay buena disposición y un esfuerzo paulatino por mejorar, siempre se recoge el fruto. Esa
siembra exige despejar el terreno de las malezas que tiene de lo negativo que
siempre pero que no puede primar sobre lo positivo.
Hoy
a la gente le gusta hacer buenos negocios
y ganar mucho
dinero cuanto antes. Otros
esperan ganarse una
lotería para salir de
sus problemas económicos. Pero todos debemos pensar que el
mejor negocio es ser
una persona valiosa,
con valores que
vivimos a pesar
de que tengamos muchos defectos.
Los valores no se exhiben como un trofeo ganado en una competencia. Se sienten,
se contagian, se imitan y se reflejan. Hay que poner lo mejor de sí mismo en la
tarea de construir nuestra personalidad, la de ser hombres y mujeres valiosos
para nuestra familia, para nuestra institución educativa, para nuestra empresa,
para nuestros amigos, para nuestra comunidad,
para nuestra patria.
Vivencia y
ejemplaridad
Pensemos
en que para hacer realidad los valores, necesitamos reflejar en cada uno de
nuestros actos la decidida voluntad de hacer bien las cosas, de no contentarnos
con la mediocridad, de aspirar a ser los mejores y, de esa forma, encontrar la
felicidad propia y ayudar a hacer felices a los demás. Los valores hay que
vivirlos, encarnarlos lo mejor posible
–esto es lo que solemos llamar virtudes– y defenderlos, evitar que nos
los quiten el materialismo,
el consumismo, la falta de libertad interior, las modas o
las costumbres que encarnan contravalores o antivalores, como el irrespeto a la
vida, la violencia, la invasión de la privacidad, los atentados al pudor, la
corrupción moral, etc.
La
trinchera es buen sitio para defenderse y malo para atacar. Quien tiene valores
no se resguarda en ellos como en una trinchera; avanza campo abierto en la
vida, sin miedo a nada ni a nadie. A veces se piensa que vivir valores es algo
para gente religiosa o privilegiada, a la que se le da esa facilidad. Es una
visión completamente equivocada.
Los valores
son necesarios para
toda persona en la vida. Se inculcan en el hogar y en la escuela, se
cultivan en la vida social, en los estudios, en el trabajo profesional y en la
empresa. Sin duda, la religión refuerza muchos valores humanos, los dignifica y
ofrece una motivación para vivirlos. Pero también la dignidad humana y la
dimensión de aventura que tiene la vida invitan a vivir valores, promover
valores, trabajar por valores, defender valores y construir una sociedad con
valores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario