“Sólo se merece la
libertad y la vida aquel que se esfuerza por conquistarla cada día” (Goethe).
Jorge Yarce
La “empresa de ser hombre” es la más ambiciosa y la más
difícil, pero la más necesaria en la vida de una persona. Sin ella no somos
realmente personas, en cuanto que por el sólo hecho de venir al mundo o de
crecer y desarrollarnos físicamente no tenemos una personalidad. Esta se
conquista y se realiza progresivamente.
Para lograrlo hay que estar constantemente haciéndose a sí mismo.
Es lo propio de la vida humana el dinamismo. No somos
resultado de una máquina que produce en serie. Cada uno es un trabajo de
artesanía peculiar, propio, único.
En este sentido cada uno será lo que quiera ser, aunque no
dependa enteramente de él. Lo que recibimos como dotación genética o como
legado y dependencia del medio o del ambiente, no es tanto como lo que podemos
hacer de nosotros libremente.
Cada uno forja su propio proyecto de vida y lo saca adelante
como quien esculpe una estatua, su
más preciada obra de arte, no para contemplarla como algo distante
sino para sentirla, vivirla, encarnarla plenamente.
Todo esto requiere esfuerzo y sacrificio. Vivimos en una
sociedad, habladora, alborotada, ahogada en las cosas, que no descubre el valor
del sacrificio o del dolor sino que les saca el cuerpo y en ocasiones protesta
por su existencia. Forjar una personalidad fuerte, serena y atrayente tiene
exigencias grandes, no
contentarse con la medianía y
aspirar a lo mejor. Cada uno es feliz en la medida de su querer y de su poder
para volver realidad lo que espera de sí mismo.
Hacer realidad la felicidad
Para construirse a sí mismo hay que hacerse preguntas y
responderse valientemente:
¿Para qué estoy en la vida?, ¿qué quiero de mí mismo?, ¿cuál es el contenido de la felicidad que
busco? No basta decir que buscamos la felicidad. Es más importante saber en qué
consiste esa felicidad. La condición humana responde a unas características
esenciales, pero hay mucha distancia entre la vida biológica y la
vida biográfica, es decir entre lo que soy por naturaleza y lo que alcanzo
existencialmente.
No me llega esa
felicidad corriendo de un lado para otro, sometiéndome a todo tipo de
experiencias, o leyendo o sabiendo muchas cosas. Por las calles de las ciudades
hay mucha gente que busca ansiosa la felicidad sin encontrarla. Su vida parece
marcada por el “deseo sin esperanza” de que habla Dante en la Divina Comedia.
Tal vez son arrastradas por el ideal del éxito económico y material o por el
dar gusto a sus sentidos sin negarles nada, por la filosofía del placer.
A la vez, a ellos mismos u a otros, el mundo se les viene
abajo por una desgracia económica, por la falta de salud o por una contrariedad
sentimental. Les puede el qué dirán o el ambiente que les rodea, lo que los
demás son o
tienen, o lo
que piensan de ellos, o cómo los ven ellos y no descansan hasta tener lo mismo.
Para hacerse a sí mismo hay que vivir de cara a los demás. No
podemos aislarnos o pensar que esa tarea
depende sólo de
nosotros. Nada más equivocado. Así como el hombre es un ser encarnado,
un ser espiritual pero en estrecha e inconfundible unidad de alma y cuerpo, es
también un ser conviviente, con una relación con los demás que es intrínseca o
sea arraigada en su propio ser. Es la dimensión de sociabilidad, sin la cual el
hombre no se realiza como persona.
Para dar hay que tener
La persona tiene una dimensión de interioridad que respalda
su acción exterior. Podemos llamarla vida interior, riqueza de intimidad,
fuerza espiritual.
El mucho ruido corre paralelo a la actividad incesante por
quedar bien o por lucir las conquistas materiales o profesionales como un
trofeo de caza. Como aquel autor que se dedicaba un libro más o menos con estas palabras: “A mí
mismo, a quien no doy todo lo que me merezco”. El orgullo, la vanidad del
propio logro ocupa demasiado espacio, a costa del espacio que deberían ocupar
las personas.
El precepto socrático “Búscate en ti mismo” no es una
invitación al egoísmo sino a la vida interior.
Para que esa
búsqueda tenga sentido hay que
cultivar el espíritu, las facultades superiores, la llamada conducta activa,
inteligente y voluntaria, enraizada en el
deseo, los sentimientos,
la motivación, toda la esfera
afectiva de la personalidad.
Un querer definido se traduce en decisiones y en
propósitos de vida
que son los cimientos sobre los que se construye el
propio proyecto de vida, lo que nos hará felices y capaces de brindar esa
felicidad a los demás.
Sentido de la vida y aspiración a la plenitud
Miguel Ángel mirando al Moisés ya terminado lo golpeaba
suavemente y le preguntaba: “¿Perché non parli?, “Por qué no hablas?” Es decir,
había quedado tan
perfecto que sólo le
faltaba hablar. Y
cada uno de nosotros es infinitamente más que esa
mole de mármol por muy bien
tallada que esté. Dios y los
demás hombres preguntan a cada uno de nosotros: ¿Por qué no hablas?”
Si hemos sido hechos tan perfectos, con un espíritu que
tiende al infinito, con un ansia de felicidad que no se colma plenamente en la
tierra, ¿por qué dejamos que las cosas que no llenan el espíritu acallen la voz
del alma?,
¿por qué el consumismo y el activismo no nos dejan
vivir en comunicación
personal con los demás,
y ésta se
reduce, muchas veces, a parloteo superficial, a hablar del clima, de la
moda, de la comida y muy poco de los bienes esenciales (vida, amor, verdad,
trabajo, libertad, fe...)?
Para hacerse a sí mismo, hay que utilizar mucho cincel y
martillo contra el material noble pero informe que existe en nosotros y así
modelar nuestra propia personalidad, no simplemente nuestra
singularidad para llamar la
atención.
Hay que trabajar mucho –trabajo formativo y productivo–,
prepararse bien humana e intelectualmente, profesionalmente. Sin prisa pero sin
pausa, dar más, si queremos estar en el frente de la batalla por buscar una
sociedad mejor, que sólo puede hacerse con hombres o mujeres mejores, con
capacidad de rebeldía frente a lo rutinario, a lo establecido, al conformismo o
a la pasividad.
Uno de los obstáculos más frecuentes hoy para poder vivir esa
disponibilidad es la sensualidad como fenómeno que tiende a invadir la
persona. La publicidad,
la televisión, las imágenes, constantemente nos bombardean. Todo
centrado en el placer y en el confort, en satisfacer todo género de deseos.
Los sentidos del
hombre no se
contentan con una medida razonable. Siempre quieren más. Por eso, por
ejemplo, el hombre come normalmente más de lo necesario.
No es extraño que ocurra lo mismo en la sexualidad, bien sea
en la autosatisfacción como en la
heterosatisfacción. Siempre
queda un vacío, un desgarramiento que cauteriza en forma de acostumbramiento,
de rutina, de reiteración del deseo, de reconstrucción placentera con la
imaginación de todo aquello.
El hombre puede comprometer su libertad en cuanto le arrastra
el erotismo, la sensualidad desbordada. La exaltación de los sentidos puede ser
fatal, aniquiladora.
En cambio, con el dominio de las pasiones, el hombre purifica
su libertad, la fortalece, la hace capaz
de renunciar a muchas cosas incluso lícitas, lo cual es fuente de valores y de
virtud.
La navegación del hombre en la vida le exige preparación,
conocer bien lo que quiere y lo que sabe, saber para dónde va. Si no hay rumbo,
se puede quedar uno dando vueltas sobre el mismo punto sin darse cuenta de que
no avanza.
Séneca lo expresaba en su conocida sentencia: “Vivir no es necesario, navegar sí”, o sea, saber para
dónde se va, tener un rumbo definido. Lo dice él mismo con otras palabras: “No hay vientos favorables para aquel que no sabe
dónde ir”.
Pero sabiendo dónde vamos, no todo está resuelto, porque hay
que caminar, afrontar dificultades,
poner a prueba la libertad y responsabilidad personales.
Proyecto de vida: una búsqueda permanente
Es la lucha permanente en la persona entre lo que lo perfecciona
y eleva, y lo que lo rebaja o envilece.
Es la tensión que Agustín encontraba entre lo que llamaba
libertad menor, o libre arbitrio que escoge entre varias cosas, y libertad
mayor, que crece cuando el hombre busca la plenitud y el sentido último de su
vida fuera de sí mismo en quien lo creó, en Dios.
Sin él la libertad se vuelve fugitiva, escapa a su verdadero
sentido, a lo que realiza plenamente al hombre. La libertad es una conquista progresiva,
radical. Hay que elegir, hay que comprometerse, hay que aspirar a más.
Los tres son
aspectos de la
libertad auténtica, ligada estrechamente a mi ser, confundida con él.
Hay que vivir de cara al futuro porque en él hacemos la vida,
somos libres. Desprenderse del
pasado, de lo
que nos arrastra
hacia atrás, de la rémora, para avanzar decididamente a la conquista de
la felicidad.
La paradoja de la existencia humana es –en palabras de
San Agustín– ir buscando ser más que hombre, en cuanto no
podemos quedarnos en lo natural, en lo que somos por naturaleza, sino que hay que buscar en la existencia de cada día adquirir la
personalidad.
Sólo siendo, viviendo,
aspirando a la plenitud, tenemos unidad de vida, coherencia entre lo que
pensamos y vivimos, entre lo que queremos ser y somos, entre nuestros ideales y
sueños y la realidad que palpamos.
Lo importante es ver
esta perspectiva, así sea una
sola vez en la vida y de ahí en adelante abrazarnos con seguridad a ella. Es un
problema de fidelidad a la vida.
La fidelidad es una decisión que baña toda la vida. Sería muy
fácil si bastar con decir sí. No, es un sí por adelantado en forma de propósito
no sólo de decisión frente a determinados acontecimientos.
Es, en último
término, una actitud permanente de poner la mirada, como
hacen los navegantes, en las estrellas -ideales, sueños, locuras, utopías- para
que los orienten y así poder llegar a buen puerto.
O dicho con palabras de Nietzche: “Quien tiene un
porqué para vivir,
encontrará siempre el cómo”.
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