Jorge
Yarce
“Capital
intelectual” es un término de relativo reciente uso, que se remonta a comienzos
de la década de los 90. Va muy unido al tema de las organizaciones inteligentes
o de aprendizaje (learning organizations), porque desarrolla un enfoque muy
pertinente de lo que representa el conocimiento en una organización, dándole un
valor más que no se le había dado antes. Hasta el punto de que
podría decirse que la
comprensión del capital como algo puramente económico, financiero o
patrimonial, ha sido desplazada por esta significación: el conocimiento –el
saber que engendra– como nuevo nombre del capital.
En
un principio se define el capital intelectual como la suma de todos los
conocimientos que le dan fuerza competitiva a una empresa (Stewart), es decir,
el conocimiento que posee su fuerza de trabajo. Dicho de otra manera, el acervo
intelectual acumulado (conocimiento, propiedad intelectual, información,
experiencia) tanto en las personas como en la organización. Algo así como un
“poder cerebral colectivo”, la riqueza producto del conocimiento o los activos
intelectuales, por oposición a los activos físicos o financieros.
Hablar
de capital intelectual supone un cambio de paradigma, en el que el centro de la
organización son los activos intelectuales, que
ocupan el lugar
que antes ocupaban las materias primas, la planta física o las máquinas,
la energía o las reservas de capital. No porque ellas dejen de tener razón de
ser, sino porque no son lo principal, lo determinante en la consecución de
resultados.
De
algún modo es avanzar de la concepción de la empresa como un conjunto de
estructuras formales, de procesos y tecnologías, hacia la empresa como una
organización centrada en la
persona, cuya conducta
es definitiva para dar sentido a
todo lo demás y con cuyo capital se
consigue la productividad.
El activo intelectual: capacidad de aprender
El
protagonista social por excelencia en la era del conocimiento es la
inteligencia, no la información, que es sólo un aspecto. No basta poseer
información, hay qué saber hacer con
ella. El potencial del talento humano y su crecimiento interno es lo que
convierte a las organizaciones en auténticas comunidades de aprendizaje,
dinámicas, flexibles, competitivas, en constante evolución y
adaptación a las necesidades del mercado y del entorno
económico, social y político.
Aristóteles
decía que el conocimiento es un progreso
hacia sí
mismo, es decir, implica un
crecimiento personal. Eso significa mejorar el trabajo, volver operativo
todo lo
que se sabe
y estar renovándolo
continuamente. Si yo parto de la idea de que no lo sé todo, o que no se
suficientemente para alcanzar metas más altas, me dispongo a aprender más y a trabajar
aprovechando la inteligencia, experiencia y saber acumulado de los demás en mi
empresa. Por eso van tan unidos desarrollo del capital intelectual y equipos
inteligentes de trabajo que van tras un alto rendimiento.
El capital
intelectual es un
activo variable, para compartir. Nadie aprende solo, ni se realiza solo,
ni trabaja solo. La comunidad de aprendizaje garantiza la sinergia de muchas
inteligencias en pos del mismo objetivo: alinear la organización en torno a una
tarea autogestionada y autocontrolada, que implica que
todos en ella
tienen que ejercer activamente su inteligencia, sus
conocimientos, su experiencia, es decir, innovar y buscar mejorar procesos y
resultados, apoyados también en la inteligencia y memoria corporativas.
CI=
Capital humano y estructural
Avanzando
un poco más en la definición del CI,
podríamos decir que es más que la suma de los conocimientos, del mismo modo que
el bien de un grupo no es la suma de los bienes de sus componentes. Es un
intangible que trasciende el aporte individual pero se forma a partir de él. Es
lo que permite la creación de valor y lo que hace dinámicamente sostenible a la
organización, y es la vía adecuada para evaluarla (Edvinson-Malone).
EL
CI se suele desdoblar en Capital Humano y Capital Estructural. El primero
representa las capacidades, conocimientos y habilidades a nivel personal y
la incorporación vital personal de los principios, creencias y
valores corporativos poseídos por los miembros de la organización y que ella no
puede poseer.
El Capital Estructural lo representan el
hardware, el software, la estructura organizacional, las marcas y patentes, la
capacidad organizativa, las posibilidades de los clientes, las relaciones y
otros intangibles que pueden ser poseídos y negociados por la empresa. La mayor parte de estos activos no figuran
en los libros. Como afirman
Edvinsson y Malone, están
escondidos o son invisibles, inmateriales, pero si fueran a valorarse, el
patrimonio en libros aumentaría significativamente.
Existe una
gran dificultad para valorar económicamente el CI, de modo que se
tenga un balance más correcto de la empresa. Lo
traducible en números es objeto
de la contabilidad, pero lo no traducible, lo inmaterial, es muy difícil
convertirlo en valor económico. Sin embargo
se ha venido
intentando con cierto éxito. El
ejemplo más conocido es el de Skandia, que fijó
los factores de éxito del CI en cinco aspectos para ser medidos:
financiero, cliente, procesos, renovación y desarrollo y humano, este último
presentes en todos los anteriores.
Dinamismo
del CI
Debe
insistirse en que el capital humano es un núcleo común de un cierto poder
colectivo mental (conocimientos, saber, experiencia), o sea, la primera forma
del CI, en cuanto que incluye las capacidades, conocimientos, habilidades
y experiencias de las
personas. Como sostienen Edvinsson y Malone, es lo que queda en las
personas una vez que dejan la empresa y van a sus casas. Es la personal
posibilidad de ejercer una habilidad para realizar algo, por decirlo con el
lenguaje clásico de la filosofía, es una potencia activa o principio próximo de
operación.
El
capital humano se adquiere a lo largo de los años con estudio, aprendizaje,
incorporación racional y vital del conocimiento y entrenamiento sucesivo.
Supone desarrollo de aptitudes, logro de actitudes ante al trabajo y desarrollo
de valores. En ningún
caso se reduce
a tener información sobre algo o a un conocimiento puramente teórico.
La
información requiere la comunicación (puesta en común) y cuando ella se da
surgen los procesos de formación personal, apalancados por la motivación
espontánea, por los criterios de acción y comportamiento, por el conocimiento
científico y técnico y por los valores
que dotan de sentido al obrar humano, al trabajo productivo.
El
capital estructural lo constituye todo aquello que queda en la organización
cuando los empleados se van a su casa, es decir, lo que no pueden llevarse
consigo porque está acumulado sólo en la empresa o institución. Antiguamente
eran el goodwill o el know how. Hoy en día es mucho más que eso. Es el valor
añadido que representan no sólo las marcas o patentes, sino los procesos y
tecnologías propias de la organización, todo
aquello que forma parte del
software y del saber institucional. Es más un know to learn.
En algunos casos podría hablarse de una
especie de memoria técnica o correspondiente a las llamadas estructuras
formales (administrativa, económica, financiera) de la empresa, pero también
todo aquello que pertenece a la memoria informal, en el orden de los propósitos
y motivaciones que respaldan las actitudes comunes a la compañía en su modo de
proceder interno y de cara al entorno social.
Desarrollo
del capital intelectual
El
mal uso de la información procede de una mala formación. Y un ejemplo de mal
uso de la información y de desperdicio del capital intelectual es creer que
dando a la gente mucha información se logran cambios de conducta. Nada más
equivocado.
Los
cambios de conducta se basan en cambios de actitud y ellos se logran no sólo
con conocimientos sino con el desarrollo de capacidades y la formación de
hábitos.
Otra
cosa distinta pero necesaria es el proceso de entrenamiento para el desarrollo
de habilidades, formas puntuales de hacer algo operativo o de emplear una
técnica.
Se
puede tener información y formación para ser un buen gerente o un buen
supervisor, pero no tener las habilidades que debe poseer un gerente o un
supervisor para cumplir a cabalidad las funciones de su cargo. La integración
de la información, la formación y el entrenamiento dan lugar a una persona
educada profesionalmente para el desempeño de su trabajo. Gilder habla de “capital
metafísico”, como una manera de señalar la importancia del
capital intelectual, porque trasciende a lo físico y se arraiga en la
estructura espiritual de la persona.
Dicho
con otras palabras: es más importante saber dónde está el saber, donde está el
conocimiento, donde está la información, más que hacer las cosas o incluso que
el mismo saber hacerlas. Porque si se sabe cómo saber más, está abierto el camino a
la creatividad y la innovación, para mantener activa la capacidad
de aprender, que es lo propio de una organización inteligente, es decir,
aquella que desarrolla
adecuadamente su capital intelectual.
Si
todo el mundo en la empresa piensa más en lo que hace y en cómo lo hace, y
piensa en lo que sabe para
incrementarlo, y busca nuevos factores de éxito para competir, todos estarán
aprendiendo y enseñando continuamente, haciendo productivo
el capital intelectual de cada uno y el de la entera organización.
De
esta forma, no se dirá simplemente que una organización es inteligente por que
la componen seres racionales –lo cual sería una simpleza– sino porque ellos y
ella son capaces de incrementar lo que saben, acumulando experiencia personal y
experiencia corporativa.
La
mejor forma de construir el futuro es partir de este nuevo paradigma: la
empresa progresa y es cada vez más competitiva si está centrada en el desarrollo
permanente del capital intelectual, que es como el corazón de una organización
de aprendizaje.
No hay
mejor garantía para
el crecimiento sostenible del capital intelectual que
la construcción de valores en la organización, a nivel
personal (capital humano) y a nivel corporativo (capital estructural)
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