“El
hombre fue creado para trabajar como el ave
para volar” (Libro
de Job). Dios
le entregó “este mundo tan hermoso ‘con el fin de que lo trabajara y lo
custodiase’ (Génesis)”.
El
trabajo es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la
creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de
unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia
familia, medio de contribuir a la mejora de la sociedad en la que se vive, y al
progreso de toda la humanidad" (J. Escrivá).
El
trabajo no es un fin en sí mismo, tiene valor de medio y por eso el hombre
puede hacer de él un instrumento de perfección y, en una dimensión
sobrenatural, de verdadera santificación, o de desajuste existencial, de
desgracia, de dependencia agotadora.
El
hecho de trabajar no basta. Además: “El trabajo más importante no es el de la
transformación del mundo
sino la transformación de
nosotros mismos, para ser cada vez más parecidos a la imagen
de Dios que el Creador ha inscrito en nuestro ser” (Juan Pablo II).
En
palabras de Josemaría Escrivá hay que santificar el trabajo, santificarse en el
trabajo y santificar a los demás con el trabajo. Tratemos de explicar estas
tres dimensiones del trabajo:
1.
Santificar el trabajo: hacerlo con la mayor perfección humana posible.
−
trabajo bien hecho, bien terminado
−
buscar la calidad y la excelencia
− hacer
de él: “materia real,
consistente y valiosa para
realizar toda la vida cristiana”
Implica
por parte de la persona cumplir un pacto de justicia para producir unos
determinados resultados. Pero hecho con motivación supone:
• hacer mejor las cosas cada día
• cuidar los detalles,
• tener espíritu de iniciativa
• evitar la rutina,
• adquirir hábitos de laboriosidad
• Vivir el orden
• Cuidar la puntualidad
• Intensidad en el modo de hacerlo
No
se trabaja por trabajar o para evitar el no hacer nada o solamente para
satisfacer necesidades económicas o para ser eficaces. Todo esto es importante
pero si se queda ahí puede conducir al activismo o afán de hacer, de moverse de
un lado para otro, o a estancarse sin mejorar.
Hacer
con amor el trabajo no es una frase bonita, es una necesidad para mantener alta
la motivación, para justificar el esfuerzo que vale la pena poner en lo que
hacemos cada día. Ahí comienza a vivirse el sentido trascendente del trabajo.
Por eso:
”Cuando
un cristiano desempeña con amor la
más intrascendente de
las acciones diarias, aquello
rebosa de la trascendencia de Dios” (J. Escrivá).
2.
Santificarse en el trabajo: convertirlo en una fuente de realización como persona:
Poniendo
amor al trabajo, éste adquiere una dignidad
humana inigualable. El
hombre pasa a ejercer señorío sobre el universo, a administrarlo con
visión de totalidad, desde la que
adquiere sentido todo lo demás y todo lo demás que hacemos influye en la
calidad de nuestro trabajo, si hay unidad de vida.
Pero el
hecho de trabajar
no basta: “El trabajo más importante no es el de la
transformación del mundo sino la transformación
de nosotros mismos,
para ser cada vez más parecidos a la imagen de Dios que el Creador ha
inscrito en nuestro ser” (Juan Pablo II).
El
trabajo así visto:
- enriquece interiormente
- nos hace mejores mejorando lo que
hacemos
- produce satisfacción
- ayuda al crecimiento
- en él se ejercita la fe
- es una forma de oración
- facilita la unidad de vida
- es motor de energía espiritual
“Es toda
una trama de
virtudes la que se
pone en juego al desempeñar nuestro oficio, con el propósito de santificarlo:
la fortaleza para perseverar en nuestra labor, a pesar de las naturales
dificultades; la templanza, para gastarse sin reservas y para superar la
comodidad y el egoísmo; la justicia para cumplir nuestros deberes con Dios, con
la sociedad, con la familia, con los colegas; la prudencia, para saber en cada
caso qué es lo que conviene hacer, y lanzarnos a la obra sin dilaciones...”(J.
Escrivá).
El
cansancio, la fatiga o el sacrificio que el trabajar trae consigo dan un giro
dramático: de negativo pasan a positivo, no como resultado de una teoría o de
un entusiasmo pasajero, sino de un llegar más directamente a los fines
esenciales de la persona, a la posesión
de los bienes que constituyen la
felicidad, la armonía de vida.
3. Santificar
con el trabajo: convertirlo en una ocasión de encuentro con los demás.
Si
el trabajo es camino para el encuentro con Dios, lo será también para el
encuentro con los hombres. Lo que se haga, sea manual o intelectual, -en el
fondo da lo mismo- lo que interesa es
hacerlo bien hecho
con un sentido de perfección, de
participación en la tarea de construir el mundo y que sea fruto del afán de
servicio a los demás
Los
primeros beneficiarios de nuestra tarea deben ser los compañeros de trabajo,
luego aquellos a quienes servimos (clientes, usuarios, profesores,
alumnos, etc.) la familia, los amigos, los grupos sociales a
los que pertenecemos y la comunidad misma.
De este modo nada ni nadie son ajenos a quien
descubre en el trabajo la alegría de dar y de servir. Eso implica que con
nuestro trabajo bien hecho y de cara a Dios, primero que todo damos ejemplo a
los demás, y se convierte en una
ocasión de diálogo,
de acercarnos
con el afán de ayudar, siempre con respeto a su libertad.
La
trascendencia hacia los demás significa que:
−
se crean ambientes amables de trabajo
−
se fomenta el trabajo en equipo
− se
sirve a la
gente mejor de
lo que espera ser servida
−
el trabajo es medio de desarrollo social.
La
trascendencia parte de hacerlo muy bien en sí mismo por sentido de
responsabilidad, pero también como una manera de lograr la propia madurez,
con vocación de
servicio, sin discriminaciones de ningún tipo.
Se
trata de “contagiar” a mucha gente a nuestro alrededor para que abran los ojos
y tengan una actitud positiva ante las exigencias del trabajo y lo hagan con
entusiasmo, con optimismo y con alegría.
No
estamos solos: somos parte del mismo poema, del mismo tejido que vamos
construyendo entre todos. Y un gran aporte personal es buscar la creatividad,
nuevas formas de hacer las cosas que nos permitan contribuir al valor agregado
que ofrece nuestra empresa o institución, a través del cumplimiento de su
misión y de la búsqueda de la visión hacia el futuro.
Y
la trascendencia del servicio a los demás por un motivo sobrenatural nos lleva
a sentir la urgencia de que nuestro trabajo sea levadura, siembra y ejemplo que
anime a los otros a trabajar con perfección.
No
se necesitan facultades especiales para buscar este objetivo. Basta buena
voluntad y la disposición de aprender. Sobre esa base cada uno descubre la
forma de mejorar en el modo de hacer las cosas, de mejorarse a sí mismo y de
mejorar a los demás.
Sabiendo
que, además de su capacidad y preparación profesional, de sus conocimientos y
habilidades, cuenta con la gracia de Dios que no fuerza a la naturaleza humana
sino que la perfecciona y nos hace más libres.
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