Jorge
Yarce
La consistencia la
entendemos aquí como la
estabilidad y solidez personal e institucional a través del tiempo, fruto del
logro de los fines propuestos, manteniendo la adhesión firme y la coherencia en
la conducta
En
muchas ocasiones solicitamos a las personas que sean consistentes en su
actuación y estamos queriendo decir que sean coherentes, o que vivan de acuerdo
a como piensan, o a lo que busca la empresa
o institución a
la que pertenecen o con las que
les identifica que sean también consecuentes con lo que se han propuesto, que
mantengan sus criterios y convicciones con claridad a lo largo del tiempo.
Estamos, pues,
ante la consistencia como un valor de gran estima, que suele ir acompañado de valores
muy cercanos a él: coherencia, unidad, criterio y constancia. Todo
esto significa de alguna manera tener peso y medida en la
actuación, poseer motivos seguros y firmes para hacer las cosas, y esgrimir
argumentos sólidos y válidos para mantenerse en la misma dirección.
Los
antivalores que atacan más directamente a la consistencia son: la incoherencia,
la desunión, la división interior, la confusión, la inconstancia, la
desarmonía, la desmotivación y la inestabilidad que lleva a cambiar ante
ciertas dificultades o problemas.
La
estabilidad a través del tiempo quizás sea lo que más caracterice a la
consistencia. Hay personas
que se limitan a empezar las
cosas con gran entusiasmo pero no
perseveran. Y acaban por
preocuparse más de decir a otras lo que deben hacer pero ellas no se ocupan de
mirar primero si viven aquello que están predicando y si lo hacen en todas las
ocasiones, con un propósito de permanencia. Las personas que se muestran
inconsistentes e incoherentes son como las flechas de las carreteras, que dicen
dónde hay que ir, a qué distancia está el lugar, pero ellas nunca
van.
Para la persona consistente, el asunto
es “diciendo y
haciendo”, es decir, trabajando
incansablemente por obtener los resultados, de modo que los demás vean en eso
un modelo de conducta, un ejemplo a
seguir porque, a la hora de la verdad,
la eficacia institucional se basa en la eficacia de cada persona.
La
persona consistente no puede simular una conducta recta cuando en realidad sus
actos son contrarios a ella. Y menos mostrarse de una manera cuando las cosas
van bien y de otra cuando salen mal. Mucho menos mover a otros a que vivan o
trabajen de un modo distinto a como ella vive y trabaja (“Hagan lo que yo digo
pero no lo que yo hago”). La inconsistencia en la conducta se presta a la
doblez, a la mentira, a dejarse dominar por el desaliento, o a la falta de
lealtad institucional, o de afirmación sincera de la pertenencia e identidad
con la organización.
Es
consistente quien cumple sus compromisos contra viento y marea, con o sin
dificultades, con ganas o sin ellas, haciendo los sacrificios necesarios para
que el ritmo de cumplimiento de sus obligaciones no decaiga por ningún motivo. Eso
no quiere decir que
tenga que aguantar sin posibilidad de un deshogo o de un descanso. Y si
está investida de autoridad se da cuenta de que si ella afloja en la forma de
vivir el compromiso, el efecto en los demás será de una repercusión mayor. De
ahí la tenacidad y el esfuerzo constante por ir hacia delante a pesar de las
dificultades.
Aspectos
que hacen consistente a una persona:
1.
Tener ideales, metas y propósitos claros por los que guía su actuación
constantemente
2.
Procurar ajustar las acciones a lo que los demás saben que uno ha prometido, se
ha propuesto y procura hacer habitualmente
3.
Es bueno que quienes nos conocen, si hemos cometido un error, lo sepan, para
que se den cuenta de que así como en otras ocasiones les damos ejemplo, en esta
necesitamos de su comprensión y ayuda.
4. Practicar
la autodisciplina para moderar la propia actuación sin esperar
a órdenes de
fuera, por el convencimiento que se tiene del propio
valor y de la legitimidad de aquello por
lo que trabajamos
5.
Procurar que los valores que hay en la empresa o institución, implícitos o
explícitos, se vivan
realmente, empezando por uno mismo para que no se queden sólo en buenas
intenciones
6.
Trabajar para que los estímulos y reconocimientos, y el apoyo que se debe dar a
la gente, realmente se cumplan en la organización
7.
Hacer las cosas con decisión, manteniendo el control emocional y de la
actividad, haciendo seguimiento a todas las etapas previstas
8.
Cuando se está investido de autoridad, ser el primero en obedecer a las normas,
como muestra de
identidad y compromiso con la
organización
9.
Conjugar la firmeza con la flexibilidad y con la capacidad de proponer nuevas
formas de trabajar, manteniendo claras la misión y la visión de la empresa
10. Alinear
los valores personales
con los corporativos de modo que exista sinergia entre ambos y no un a
incompatibilidad entre ellos
Cercanía
a la unidad
La
consistencia, con su valor cercano la coherencia, va de la mano con la unidad,
ese valor tan
esencial para la permanencia de las instituciones. Si se
quiere destruirlas, basta
atacar su unidad, y eso se logra
menoscabando la autoridad, fomentando la deslealtad, facilitando la
indisciplina o la disgregación fruto del grupismo.
Pero
la unidad institucional está en relación directa con la unidad vital de las
personas, con su coherencia en la conducta. Si las personas saben bien dónde
van, lo que quieren y cuál es su papel en el conjunto, dirigirán sus esfuerzos
a mantener esa unidad. Podríamos hablar propiamente de que la unidad de vida de
la persona se apoya en la fortaleza que da la
unidad institucional, pero hace realidad esta de modo singular y
operativo, porque la persona procura que exista una correspondencia muy cercana
entre lo que se ha propuesto como ideal en su trabajo y lo que exigen los fines
y propósitos corporativos.
Mantener
la unidad es tarea fundamental de quien dirige o de quien lidera. La
consistencia está relacionada con los motivos trascendentes en el trabajo, es
decir aquellos que nos llevan más allá de la retribución y la satisfacción y
nos ponen ante el servicio a los demás,
la colaboración, la amistad
y la cooperación al fin común. En
este marco la consistencia es lo que permite tanto la efectividad como la
proyección de la empresa y su
contribución al medio social en términos de solidaridad.
La
unidad institucional anima a sacrificarse por el bien común y, sobre todo, a
estimular la capacidad de entrega en el servicio, en la disponibilidad para
ayudar a otros o para atender sus problemas y darles una solución. Es un dar
que no le quita nada a la persona. Al contrario, favorece
su crecimiento interior y hace
sentir útil a los demás.
Lo
que mantiene la unidad y la consistencia es la vivencia de principios y valores
a los que ellas están adheridas firmemente, no como a algo frío o inerte sino
como a algo hecha vida y al empeño por
mostrar con los
hechos que se puede llegar muy alto, luchando por lo que
nos hemos propuesto juntos. Dicho con otras palabras, es mantenerse fiel al
proyecto de vida personal y al sueño, a la visión colectiva, sin olvidar que
eso no sería posible sin la identificación permanente con la misión.
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