EJEMPLARIDAD ANTE TODO


Jorge Yarce

La crisis más grave de la sociedad contemporánea en términos de liderazgo es la falta de ejemplaridad. Hay ausencia de  personas  ejemplares  o  al  menos  no son suficientes para lo que se necesita.





Por ejemplo, en las familias se crea un vacío formativo enorme, porque los hijos, sobre todo en la infancia y la adolescencia tienden a aprender del modelo vivo de sus padres. Y en la educación ocurre otro tanto. Los alumnos buscan en sus profesores no sólo unos guías en lo académico  e  intelectual  sino  unos modelos de vida. Si eso no sea da, se presenta un divorcio grande entre lo que aprenden y lo que los mueve a un determinado estilo de comportamiento.




Si continuamos con las empresas encontramos  algo  parecido.  Si  sus líderes, directivos y jefes encarnan unos valores y ofrecen un modo de vida que sirva de referencia a quienes trabajan bajo sus orientaciones, entonces todo el sistema humano de la organización se alinea más fácilmente para el logro de su misión y visión. Y, por el contrario, la falta de ejemplaridad lleva de la mano a la ruptura del sistema humano, dándose una separación con el sistema técnico, que puede funcionar perfectamente en contravía de las prioridades de aquel, invirtiéndose y dando paso a prácticas contrarias a la ética, como ocurre con la corrupción.




La ejemplaridad o su falta es un problema que tiene claras implicaciones morales. Sólo se puede proponer como ejemplo  a quien encarna un estilo de vida marcado por respeto a principios fundamentales y quien manifiesta conductas éticas que puedan ser imitadas por otros. No se trata de proponer modelos aparentemente perfectos  o  personas  cuyos  logros resultan de gran significación pero, a la vez, son poco accesibles por parte de la gente  común  y  corriente.  Todo  lo contrario, hay que poner esa ejemplaridad al alcance de todos, ofreciéndoselas no como un modelo distante sino como algo cercano, que encierra significados fáciles de desglosar, personas cuya ejemplaridad atrae y motiva a hacer de mejor manera la propia labor.




Vidas excepcionales y destacadas las hay, y no podemos excluir el hablar de ellas en ciertas ocasiones. Pero son más cercanos los ejemplos vivos de muchas personas a nuestro alrededor que hacen las cosas bien y que han logrado en sus vidas hábitos de excelencia y de calidad en el comportamiento, que los hacen merecedores de nuestra atención y despiertan en nosotros afán de imitarlos tanto por lo que han logrado o por la manera de conseguirlo. Cuando de una persona se afirme que conviene hacer lo que dice pero no hacer lo que ella hace, estamos en el extremo de la falta de ejemplaridad. En el fondo porque falta la coherencia  entre  lo  que  piensa,  lo  que dice y que hace. Por eso, en el extremo positivo  la  ejemplaridad  la  encontramos ahí donde hay coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace.




La fuerza de la vida de esas personas radica  en  esa  integración  armónica  de esos tres aspectos. No quiere decir ello que están ausentes de errores y de ocasionales faltas de ejemplaridad,  pero sí que procuran comportarse casi siempre de acuerdo a los principios y valores que rigen su vida. En ese sentido su intención está  claramente  marcada  por  ese propósito y adquiere un valor enorme.




La  ejemplaridad  es  un  resultado,  no  el fruto de una búsqueda explícita de la ejemplaridad   como   tal.   Si   se   da   la intención  permanente  de  querer  hacer bien  las  cosas  y la  vida  práctica  busca ajustarse a las normas que libremente uno ha asumido como parámetros de su conducta, entonces fluirán los hábitos, su arraigo como virtudes personales e inevitablemente las demás personas percibirán esa forma de conducta.




Las fuentes de la ejemplaridad



Si nos detenemos a ver en qué consiste la ejemplaridad  de  una  persona  frente  a otras   nos   daremos   cuenta   que   entre varias alternativas para entenderla sobresale la coherencia a la que antes aludimos y que ahora podemos denominarla  más  explícitamente  unidad de vida.





Es decir, hay en las personas ejemplares una forma de vida que las hace manifestarse siempre en forma idéntica, mantener una perceptible a través de circunstancias muy diferentes: en la familia, en la vida de relación social, en la empresa, y en otro tipo de situaciones. Su comportamiento es cabal, completo, reconocible y digno de aprecio.



La unidad de vida lleva a la persona a una concordancia entre los diferentes aspectos, mostrando a través de todos ellos claridad en los objetivos que se propone y  una continuidad de un aspecto al otro o de ámbito al otro. Sea que se trabaje, que se juegue o que se esté inmerso en una actividad social, hay un carácter que se adivina a través de todo lo que se hace y algo que confiere unidad a todas sus acciones.   La ejemplaridad implica, de alguna forma, tener peso y medida en todo, la ponderación como la forma de proceder antes de actuar y tener motivos seguros y firmes para hacer las cosas, y esgrimir argumentos sólidos y válidos para mantenerse en la misma dirección.  La  persona  ejemplar  dice  y luego hace. No se limita a señalar lo que hay que hacer, como si fuera una flecha de carretera.





La ejemplaridad lleva a que la persona no puede simular una conducta recta cuando en  realidad  sus  actos  son  contrarios  a ella. Y menos mostrarse de una manera cuando las cosas van bien y de otra cuando salen mal. Es ejemplar quien cumple sus compromisos contra viento y marea, con o sin dificultades, con ganas o sin ellas, haciendo los sacrificios necesarios para que el ritmo de cumplimiento de sus obligaciones no decaiga por ningún motivo. Eso no quiere decir que tenga que aguantar sin posibilidad de un desahogo o de un descanso. Y si está investida de autoridad se da cuenta de que si ella afloja en la forma de vivir el compromiso, el efecto en los demás será de una repercusión mayor. De   ahí   la   tenacidad   y   el   esfuerzo constante por ir hacia delante a pesar de las dificultades. Su ejemplo arrastra a pesar de que se equivoque porque uno mira más a sus cualidades que a sus defectos, a sus aciertos que a sus errores.



Laboriosidad y prestigio



La laboriosidad y el prestigio profesional son dos aspectos en los que se hace patente la fuerza de la ejemplaridad. Cuando se trabaja al lado de una persona ejemplar, se constata su forma de hacer las cosas y se aprende mucho. Y casi siempre   esa   persona   se   empeña   en ayudar a que los demás asuman sus experiencias para que llegue más rápidamente a los objetivos. Su competencia profesional    evidencia muchos otros aspectos de su personalidad.



La actuación clara y transparente se convierte en una especie de orientación para los que están a su lado o dependen de esa persona en algún sentido (padre, profesor, jefe). No necesita andar aclarando los motivos de su conducta porque ellos van quedando muy delimitados  en  la  medida  en  que  los vemos actuar durante un cierto tiempo.



Hoy en día escasea el heroísmo, es decir, encontrar personas que para alcanzar ciertas metas tienen que hacer esfuerzos fuera de lo común y atravesar dificultades haciendo gala de virtudes extraordinarias, sobre   todo   de   la   fortaleza.   Sin   duda alguna son dignas de admiración pero puede ocurrir que nos sea más difícil imitarlas  pues pensamos que  de  alguna manera  nos  tocaría  ser  heroicos  para llegar donde ellos llegaron.




Tal vez sea mejor pensar menos en el heroísmo  visto  de  esa  manera  y considerar  que  podemos  llegar  donde ellos llegaron por medio de la constancia y el esfuerzo progresivo por mejor nuestra tarea diaria y lograr significativas de calidad profesional y humana sin pensar que tenemos por delante una tarea para héroes.

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