Jorge
Yarce
El
amor es la forma más plena del encuentro personal, en la cual se vive al otro
con un sentimiento profundo, aceptándolo tal como es, dándose a él y
normalmente esperando la reciprocidad.
La
amistad es un afecto personal, puro y desinteresado, generalmente recíproco,
que nace y se fortalece
con el trato mutuo y con el intercambio de bienes materiales y espirituales.
Aristóteles
recuerda a su hijo Nicómaco, en la Ética que lleva su nombre, que “la amistad (forma
del amor) es lo más necesario para la vida”. Idea que responde a una realidad
importante para toda persona en cualquier circunstancia y época de la vida.
Amor y amistad designan valores que comprenden, a su vez, otros valores y los
ponen a prueba en la convivencia de cada día: afecto, sentimiento,
disponibilidad, entrega, servicio,
perdón, comprensión, solidaridad cordialidad. Podemos decir, sin exageración
alguna, que el amor es el centro de la ética personal por ser lo más importante
en la vida humana.
Sin
amor y sin amistad no se puede vivir una vida normal. Y la primera escuela de
ambos es la familia. Allí aprendemos a querer a los demás, a convivir con ellos
y a valorar nuestro papel en su vida y el de ellos en la nuestra. La amistad en
la vida familiar, profesional o social
es la forma
más corriente de practicar el amor humano. Si el amor y la amistad
penetraran a fondo las relaciones interpersonales, no veríamos tantos
atropellos a la intimidad, a la justicia, a la equidad, a la tolerancia y la
paz, a nivel de la
familia, las personas,
las organizaciones y las sociedades.
Los
bienes más importantes de la vida no son
de orden material
ni tienen precio,
−aunque necesitemos
de las cosas materiales para
disfrutarlos−: paz, amor,
libertad,
trabajo, fe. Eso ocurre con el amor y la
amistad. No se pueden valorar por el
dinero que se posee o por las cosas que se comparten entre los amigos. La
ecuación de la amistad auténtica es Todo =Todo.
APRENDIZAJES BÁSICOS
SOBRE EL AMOR
1. El primero
de los aprendizajes básicos del amor es aceptar a las personas como son, no
como nosotros queremos que
sean. No podemos anteponer nuestros prejuicios,
nuestro modo de ser y de ver. Eso equivaldría a discriminar a los otros, a
imponer nuestro modo de ser. Hay que tratar a cada uno como un tú diferente. Si
no, jamás se comprenderá al otro. Como consecuencia de lo anterior hay que
dejar ser a los demás como son, no como
nosotros queremos que
sean. No tratar imponer nuestro modo de verlos o de
interpretarlos.
2. Hay un
segundo aprendizaje importante: vivir a la otra persona desde dentro de ella.
No es un simple conocerse, simpatizar o caerse bien. Es ponerse en la situación
del otro (“ponerse en sus zapatos”, por usar el dicho popular), tratar de
pensar cómo se siente ella.
3. Y
un tercer aprendizaje
decisivo del amor
es darse a la otra persona, la donación, la entrega. Es el paso más
profundo del amor o de la amistad y, a la vez, el antídoto más seguro contra el
egoísmo, contra la soberbia
que aísla de
los otros. La entrega más que en dar está en darse. Se
es más en la medida en que se da más. “El alma es rica por lo que da” (Thibon).
Todo esto no es una ilusión sino algo palpable, que requiere esfuerzo. Para
hacerla realidad hay que pensar más en los demás que en uno mismo.
Para
que haya amor no basta estar juntos, trabajar
juntos, salir juntos, estudiar juntos, comer juntos,
practicar unos deportes juntos. Hay que compartir más que
eso, hay que establecer un núcleo común de intereses y darse a conocer más
personalmente, dar algo de lo que uno lleva por dentro, sentir muy de cerca a
la otra persona, aceptarla, comprenderla, atenderla, servirla, dialogar
sinceramente con ella, abrirle el alma, confiar en ella,
contar con ella,
esperar de ella.
Obviamente
que ella está en la misma situación frente a nosotros. Hay padres que no son
amigos de sus amigos, como hay compañeros −de estudio o de trabajo profesional−
que tampoco lo son. Sólo cuando surge una simpatía mutua, se crean los
intereses comunes, y se da lugar a que una persona corresponda a la otra por la
que siente ese amor.
Surge la lealtad
con el amigo y la disponibilidad
de tiempo para él. Y se da, entonces, una empatía, o sea, una conexión con el pensamiento y los
sentimientos del otro, que facilita la comprensión y el compartir intereses.
Diferentes formas del
amor
Cuando
aparecen otros factores, como la atracción sexual, entonces estamos ante una
forma del amor que es el enamoramiento. Distinto del amor entre amigos, entre
padres e hijos, entre hermanos, entre profesores y alumnos, entre colegas de
trabajo. Pero en todo tipo de amor se trata de un proceso que no siempre se da
a primera vista ni fácilmente: hay que construirlo poco a poco, superar
las dificultades, los desengaños, las
equivocaciones y, sobre todo, purificarlo de los intereses materiales o
mezquinos que no raramente se atraviesan por el camino.
Es preocupante
cuando los padres descubren que sus hijos no tienen
amigos. En ocasiones, sobre todo si son pequeños, puede haber de por medio
falta de generosidad, aislamiento o fallos en las relaciones con los
compañeros. También puede tratarse de
timidez o de
apatía por parte del hijo. Suelen
ser problemas superables con ayuda de los maestros, buscando una mayor
socialización, promoviéndole las actividades de interrelación, etc.
Es más preocupante cuando son adolescentes o jóvenes,
porque ya se distingue bien entre lo que es un compañero o una compañera y lo
que es un amigo o una amiga. A este nivel, el criterio selectivo es mayor y
normalmente a esa persona que se llama amigo se le hacen confidencias que no se
hacen a los otros. Pero igualmente preocupante es encontrar falta de amor en
las relaciones profesionales, en la empresa.
Preguntado
el Presidente de una conocida empresa de Internet, sobre los logros de su cultura en términos de valores, dijo que
lo definitivo había sido poner en primer lugar el amor, como valor central. La
clave es distinguir lo que pueden ser las buenas amistades de
las que pueden
causar una mala influencia.
Asimismo distinguir el amor auténtico de los amores inauténticos o interesados.
El
amor auténtico sabe elegir no por lo que la otra persona tiene material o
económico, o de simple atracción (física o por su modo de ser), sino por lo que
pueda representar de bien para mí, por lo que ella es en sí misma, por sus
valores espirituales, por su
capacidad de afecto y de entrega.
En
el caso de la familia, supone saber hablar a
tiempo de los
amigos con los
hijos, respetar la esfera
de acción con
ellos, a veces organizar
actividades para conocerlos bien, saber cómo piensa ellos de sus propios amigos
−sin acosarles ni atropellar su intimidad− de modo que reciban una orientación
pero asuman responsablemente la tarea de vivir el amor como un valor que los
enriquece como personas y les lleva a influir positivamente en otros. El mejor
estímulo que se
puede ofrecer a
las amistades de los
hijos es que
encuentren una familia unida, donde el cariño entre sus miembros es
sincero y fuerte y se manifiesta en todas las circunstancias.
Implicaciones prácticas
del amor
1. Fomentar
una actitud de disponibilidad hacia
los demás.
2. Escucharlos con mucha atención.
3. No hacer
discriminaciones entre ellos por razón de
su preparación, posición,
condición social, etc.
4. Dar el
mismo trato cordial a todos
5. Tratar con
más frecuencia a aquellas personas que resultan menos simpáticas
6. Servir
mejor de lo que los clientes y los propios colegas esperan ser servidos.
7. Entregarse
al trabajo con esfuerzo y con cariño por lo que se hace.
8. Ayudar a
los demás a realizar su trabajo cuando se ha terminado el propio
9. Comprender los
errores de los
demás, disculparles, apoyarlos en
su corrección, perdonar de
verdad, sin amarguras ni rencores.
10. “La vida
se nos da
y la merecemos dándola” (Tagore), sobre todo en
los pequeños detalles de cada día y con
las personas que nos rodean.
Ante todo buscar el bien
de los otros
En
el amor verdadero se quiere a las personas con un afecto sincero y limpio de
otro interés. Eso hace que busquemos
su bien y que
cuando lo veamos en peligro por alguna maledicencia o crítica, les
guardemos las espaldas. Y que cuando debamos decirles algo, por su bien, no
dudemos en hacerlo con franqueza y sin herirles. El amor y la amistad
auténticos resisten las embestidas del tiempo, la separación y las
dificultades. Están apoyados siempre en la lealtad, que es su sello de
garantía.
Al
amigo se le ayuda, coopera, asiste y colabora en toda ocasión, sobre todo
cuando le toca padecer la soledad, la indiferencia o la amargura. Se expresa en
el compañerismo en la escuela y en la empresa, en los grupos y en las
organizaciones sociales y en general con quienes se está hombro a hombro
empeñados en la misma tarea. El odio y
la enemistad son los antípodas del amor, que dañan las relaciones humanas y dan
lugar a la intolerancia y la
incomprensión entre personas, en
la empresa y en los grupos. Llevan a la violencia, el
egoísmo, la intolerancia,
la indiferencia y el irrespeto hacia los demás, y al deterioro de la
convivencia.
No
hay nada más positivo en la vida profesional que un clima de amor y de
auténtica amistas que haga placentero el trabajo y el esfuerzo por
convertir ese trabajo
no sólo en
fuente de recursos económicos
sino de realización y felicidad personal. Por
eso se ha dicho con razón que los
amigos son un tesoro, y a ellos se les aplica el mensaje bíblico: “donde está
tu tesoro está tu corazón”. Nadie puede ganarnos en la defensa de nuestros
amigos, porque estaremos defendiendo una de las realidades más consoladoras y
necesarias para la vida humana.
En
un mundo como el actual, donde se hace gala permanente del papel de las
comunicaciones y de su carácter masivo, a veces se echa en falta la riqueza de
la relación interpersonal que se logra en el amor y la amistad auténticos. Todo
el mundo va de prisa y parece que no tuviera tiempo para conversar, para
interesarse en los problemas de los demás, para conocerles y tratarles más a
fondo, para descubrir los matices de su personalidad, para aprender algo de
ellos y para brindarles lo mejor de nosotros mismos. Hay que redescubrir
ese valor de estar juntos, reír juntos, llorar juntos, compartir ilusiones,
fracasos y esperanzas. “Tener un amigo no es cosa de la que puede ufanarse todo
el mundo” nos recuerda Antoine de Saint-Exupéry en “El Principito”.
Cómo saber si amo a los
demás
Vale
la pena hacerse frecuentemente preguntas de este estilo:
1. ¿Reacciono
con molestia ante
la presencia de alguno de mis compañeros de trabajo?
2. ¿Comparto
en los tiempos de descanso o de integración sólo con aquellos con quienes
congenio?
3. ¿Participo
en la celebración
de cumpleaños y me
intereso en aquellos hechos de la vida de mis colegas
que son significativos para ellos?
4. ¿Me alegro con las alegrías de los demás y
los acompaño sinceramente en sus tristezas?
5. ¿Reacciono
con dureza y frialdad ante las equivocaciones de quienes dependen de mí en su
trabajo?
6. ¿Manifiesto
un afecto cordial
con todos los integrantes de mi
organización, con independencia de su posición en ella?
7. ¿Me gusta
servir a los otros o pienso que eso es rebajarme?
8. ¿Pienso
sólo en mis asuntos o procuro esforzarme en conocer e interesarme en lo que
hacen los demás?
9. ¿Evito
hacer amigos en mi trabajo o, por el contrario, disfruto ampliando
el ámbito de mis amigos con base en mis compañeros?
10. ¿Trato de
ver lo mejor en los demás y de ofrecerles lo mejor de mí mismo?
11. ¿Ofrezco
apoyo a mis colegas en los momentos difíciles?
12. ¿Me
entrego en las relaciones de amistad sin prevenciones ni cálculos, con
confianza, generosidad, respetando siempre al otro como es?
No hay comentarios:
Publicar un comentario