Ecología
etimológicamente procede de los términos griegos oikos (casa, habitación) y logos
(razón, tratado).
Podemos
decir que es la ciencia que trata de la razón de ser y del cuidado inteligente
de la Casa Grande o universal, la casa de todos los seres.
No sólo la casa
del hombre –la naturaleza o
el medio ambiente–
sino el hogar global, colectiva,
que incluye la naturaleza, el hombre y la sociedad.
El
hombre es un sistema abierto y libre que forma parte, a la vez, de un
ecosistema en el que son claves la interdependencia y la solidaridad de los que
lo integran.
Así
como en una casa de familia, si hay relación
interpersonal y convivencia auténtica entre quienes la
habitan, aquello es hogar (“fuego para el altar”), lo mismo pasa en la Casa Grande.
En
ella hay un ser inteligente, pensante, dotado de razón y de sentimientos,
comprometido con los demás seres –y obligado más que ellos– a cuidarla y
custodiarla. Ese fue el mandato que recibió de su Creador: “Tomó pues Yavé Dios
al hombre y lo colocó en el jardín del Edén para que lo cultivara y custodiara”
(Génesis 2,15).
La
Carta de la Tierra (Río 1992) afirma que “de
todas las realidades
mundanas el hombre es
la más valiosa”.
Por eso “los seres humanos constituyen el centro de
las preocupaciones del Desarrollo Sostenible” que es “el que satisface las
necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las
generaciones futuras para satisfacer las suyas”.
(Informe Bruntland, 1985).
Si
la principal riqueza de la Casa Grande es el hombre, puede considerarse con
razón como el primer recurso natural y principal habitante de
esa casa. Esto
resalta la dignidad humana y su
excelencia frente a los demás seres pero, al mismo tiempo, destaca su
obligación única de conservar, preservar y desarrollar lo que hay dentro de la
Casa Grande,
incluida su propia existencia –su propia calidad de vida– que no abarca sólo la
salud, el alimento y el medio ambiente adecuado, sino
el desarrollo personal
y social.
“El
hombre –expresaba la Declaración de Estocolmo (1972) – es, al mismo tiempo,
obra y artífice del medio ambiente, el cual le da el sustento material y le
brinda la oportunidad de desarrollarse intelectual, moral, social y
espiritualmente”.
El
hombre tiene derechos – no como si fuera amo y señor absoluto– dentro de la Casa
Grande y también deberes imprescriptibles, que debe observar y hacer cumplir,
porque tiene una dependencia inalienable con los demás seres, aunque éstos no
puedan reclamarle de viva voz derechos.
Lo
anterior no significa que el hombre sea el propietario de la Casa Grande. No es
suya ni puede disponer de
ella como de un
patrimonio exclusivo y excluyente.
La
mentalidad explotadora y consumista atenta contra ese deber de protección. Que
en el orden de los seres el hombre ocupe un lugar preferente no significa que
el hombre tenga una visión egoísta e individualista de su papel
en la Casa
Grande, precisamente por ser la
casa de todos, el hogar universal.
La
visión tiene que ser personalista y comunitaria, es decir, conjugar el carácter
singular del ser humano con la participación y comunidad con todos los seres,
incluso aquellos que su pie no ha tocado, como las selvas vírgenes.
Pensemos,
por ejemplo, en algo muy concreto,
como muestra de los deberes del hombre en la Casa Grande: los recursos no
renovables (petróleo, carbón, minerales gas, energía termoeléctrica con base a
carbón y gas, etc.).
La
actitud de cuidado de esos recursos debe ser mucho más responsable que la
adoptada ante los recursos renovables.
Y,
por tanto, el compromiso ético de cara a su destrucción es más exigente porque
constituye un atentado contra todos los habitantes de la Casa Grande, una
amenaza por parte de quien debe darle mantenimiento y proyección hacia el
futuro.
Las
fuentes de energía no renovable son altamente importantes no sólo para la
industria sino para el medio social. Una sociedad sin energía sería algo muy
diferente a la sociedad actual.
Cuando
en el hombre se debilita la verdadera razón de ser de la Casa Grande, y con
ella las responsabilidades que su cuidado genera, está en peligro su vida,
su civilización, su progreso social y la calidad de vida de
las generaciones futuras.
La
degradación natural corre paralela a la degradación social y ésta a la degradación
moral.
En este
proceso, observable hoy en día, juega un papel básico la mentalidad
consumista, individualista y
relativista, que son tres enfermedades
graves del hombre de hoy.
El
peor enemigo del ambiente que debe lograrse en la Casa Grande es el estilo de
vida del hombre, cuando no se ajusta a la moderación y a la austeridad, que van
en contravía de la mentalidad materialista dominante hoy.
Las
responsabilidades frente a la Casa Grande no son sólo científicas, técnicas o
políticas: son humanas y éticas. Las condiciones no humanas (biodiversidad,
suelos y bosques, airea, agua, etc.) hacen posible la vida humana, lo cual
parece una paradoja, pero es una realidad palpable.
El
problema del desierto y la desertifición de zonas fértiles, como preocupación
ecológica natural, no es tan grave como el desierto interior del hombre
cuando le faltan ideas, creatividad, conciencia y acción
contributiva frente al ecosistema.
Los
derechos de la Casa Grande deben ser exigibles ética y jurídicamente, porque
son derechos
humanos y los tiene que exigir el hombre mismo.
La
mentalidad utilitarista hace pensar que es un problema de eficiencia
tecnológico- productiva. No, esa idea surge de una falsa idea del desarrollo y
el crecimiento concebidos como procesos únicamente económicos.
Al
hombre le ha sido dado el usufructo de la tierra no su propiedad: “Las tierras
mías no se venderán a perpetuidad porque la tierra es mía y vosotros sois en lo
mío peregrinos y extranjeros” (Levítico 25,23).
Sólo
Dios es el Señor de la naturaleza. Pero para el hombre la naturaleza es uno de
sus ámbitos esenciales. Los otros son la familia y la sociedad. Los tres hacen
posible la vida y la armonía en la Casa Grande.
Además,
el hombre es también naturaleza. Si la destruye, se destruye a sí mismo. Los
demás seres tienen un medio. En cambio, el hombre, además del mundo físico,
construye un mundo propio,
no ajeno a
los demás seres pero
cualitativamente distinto.
Sólo
él tiene derechos y obligaciones, pues los demás seres no pueden, estrictamente
hablando –con responsabilidad moral– cuidar unos de otros.
El
gran cuidador de todos es la persona. La dependencia es recíproca, es
interdependencia que, junto
con la diversidad y la
descentralización, son principios claves en la ecología. Como son claves el
mantenimiento, el cuidado y la preservación, opuestos al descuido, al abandono,
a la indiferencia y a la explotación indefinida.
Pero
la Casa Grande amenaza ruina. Está desvencijada porque el hombre ha abusado de
ella, ha despilfarrado los recursos, como cuando en una familia la casa viene a menos por no
saber manejar lo que se tiene o se ha conseguido con esfuerzos de muchos años.
Por no darle mantenimiento, las paredes se agrietan, el agua se filtra por
todas partes, la estructura se derrumba poco a poco. Cualquier viento fuerte se
lleva todo.
El
hombre, dominado por un consumismo
depredador y destructor, se vuelve esclavo de lo que posee. Da primacía al
tener sobre el ser y acaba sometido a las cosas.
La
prioridad de la persona queda sepultada en sus propios desechos, que no son
sólo materiales sino espirituales y morales. El hombre, creado para ser señor
del mundo, se convierte en su esclavo. Señorío que es un servicio amoroso,
cuidado paternal y fraternal.
La
Casa Grande tiene su propia “telaraña de la vida” que la protege, porque forma
parte de la cadena de los seres, y en ella el hombre tiene una dependencia
física. Está incluido en ella y se proyecta desde ella hacia el futuro. Es una
fuente de colaboración, como ocurre en las casas de familia. Le toca obrar como
administrador, no como propietario.
El
cuidado que realiza tiene una honda significación: el hombre es naturaleza pero
no sólo naturaleza, porque ha sido hecho superior a ella por el espíritu. Por
esa misma razón, debe ser solidario, sobrio y contemplarla y vivir en ella
serenamente, desprendidamente de todo lo superfluo.
También amenazan
la subsistencia de la
Casa Grande la violencia, las guerras, los racismos, los nacionalismos cerrados
o los estatismos reduccionistas y ciegos a la Casa Universal, a la sociedad
internacional que desborda las fronteras nacionalistas de los países, intereses
económicos y mercados.
En
la Casa Grande tiene que darse una solidaridad sincrónica –hoy y ahora- con
todos los habitantes actuales del Planeta y una solidaridad diacrónica –que
traspasa el tiempo hacia el futuro– con las nuevas generaciones, que
tienen derecho a un
mundo vivible.
Solidaridad
también con los más pobres de la tierra. Si los países ricos del Norte
contaminan y malgastan, están haciendo que los pobres sean todavía más pobres,
están cometiendo una injusticia, pues debe haber espacio para todos en la Casa
Grande para llevar dentro de ella una vida digna.
El
manipulado principio “el que contamina paga” no resuelve nada, porque el
infractor paga la multa y sigue en su malversación de la naturaleza. Ni aún con
un principio más avanzado: “el que compra productos contaminantes debe pagar
más por ellos” se arreglan las cosas.
Es
necesario avanzar más, hacia la producción “cero emisiones”, a la utilización
de bienes reciclables,
a la “ciencia generativa” (G.Pauli), apoyada en
los conceptos de red y de cooperación
Hay que partir de
saber qué necesitamos para poder atender los deseos y
requerimientos de todos,
con la maximización de la riqueza
de los recursos naturales para todas las especies de la tierra.
El orden
de la convivencia
de quienes habitan la Casa
Grande y de quienes están encargados
de su cuidado
debería guiarse por un nuevo
imperativo categórico:
“Obra
de tal manera que tu nivel de consumo pueda convertirse en máxima de conducta universal, por
ser compatible con condiciones de vida dignas para la
presente y para las futuras generaciones”. (J.Ballesteros).
Existe
conciencia casi universal de la importancia del medio ambiente, del cuidado de
la naturaleza, de lo que representa para todos cuidar la Casa Grande.
Pero
no se obra en consecuencia y por eso, después de treinta o más años de
presencia explícita de la ecología en la opinión pública, no se ha avanzado en
función de lo que se necesitaba y, en algunos campos, se ha retrocedido o se
mantiene una postura defensiva, negativa cuando debería primar la postura
positiva y constructiva, proactiva.
De
ahí que haya que obrar con decisión y prontitud para salvar el hogar del hombre
y de los demás seres.
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