Jorge Yarce
Pensemos
en algunos aspectos básicos de la formación de un de un líder para que se den
en él competencias directivas básicas como condición indispensable para una
gestión exitosa, partiendo de la idea de que la competencia en este caso es la
articulación de los conocimientos, las habilidades, las actitudes y los valores, que se evidencia en el
trabajo como acción directiva de liderazgo.
Lo
anterior abarca:
-Conocimientos:
Estructuras cognitivas que posibilitan el desarrollo de actividades específicas
-Habilidades:
Destrezas que hacen operativo y práctico un saber
-Actitudes:
Personalidad, disposiciones emocionales y motivaciones,
-Valores:
Bienes específicos elegidos libre y conscientemente que buscan ser realizados
en la práctica
La
importancia del bagaje profesional especializado está clara, como lo está la
necesidad de actualizar permanentemente esos conocimientos. Lo cual va unido,
sin duda a las destrezas o habilidades que el desempeño profesional trae
consigo, por la preparación previa a un cargo, por su desempeño, por la
capacitación explícita para él y por la experiencia que se adquiere a lo largo
de los años en un ejercicio serio, disciplinado y esforzado.
Las
actitudes tienen un anclaje evidente en la propia personalidad, en la
inteligencia emocional y en
las motivaciones, todas ellas enriquecidas a través de la vida
vivida no sólo en el ámbito de la profesión, sino en el campo de la relación
interpersonal, de la vida familiar y social.
Y
los valores, que de algún modo engloban todo lo demás, por tratarse de los
bienes adquiridos libre y conscientemente para ser realizados en la práctica, y
que abarcan lo intelectual,
lo afectivo, lo emocional, pero también
lo profesional y de modo preferente el comportamiento ético
(responsabilidad, respeto, servicio, honestidad, solidaridad, transparencia,
sinceridad, lealtad, amistad,
alegría, etc.). No se trata del
valor como concepto o aspiración, como algo meramente deseable sino del valor
como algo encarnado en la vida
personal, como hábito
operativo estable que hace virtuosa una conducta.
1. Visión de futuro
“El
futuro no está en ninguna parte: hay que construirlo desde el presente” (J.
Attali), actuando proactivamente, es decir, anticipándose a los cambios o,
mejor, produciéndolos. La visión
es una imagen del futuro, esperanzada y realizable,
que se convierte en fuerza de atracción para que la misión de una persona,
organización, empresa, institución, grupo o sociedad apunte a su logro en forma
estratégica.
Esa imagen
engendra la prospectiva (diseño anticipado
del futuro), que
no puede reducirse a simple futurología o ensayo adivinatorio (como por
arte de magia) de lo que va a pasar, sino que tiene que ser válida para
emprender acciones eficaces y producir resultados esperados. La estrategia es
la manera de lograr los objetivos que llevan al cumplimiento de la visión
mediante el proceso de cambio que permita construir el futuro, alcanzar lo
prospectado. Prospectiva y estrategia están enlazados para el logro de la
efectividad de lo que se quiere hacia el futuro.
El
futuro no tiene que ser estrictamente la continuidad del pasado, o la
repetición cíclica de lo ya ocurrido. Hay cambios que exigen ruptura con el
pasado, nuevas realidades que no existían, no se conocían o que deben ser
redescubiertas o repensadas para hallarles el nuevo sentido. Es lo que Joe
Baker llama un cambio de paradigmas
–entendidos éstos aquí como “reglas del juego”, normas o criterios por
los que se rigen las acciones o conductas– que en
cierto modo vuelven
a cero, implican un recomienzo
total.
La
visión de futuro conlleva un pensar en grande, apuntar a metas muy altas y
entusiasmar y contagiar a los demás esa actitud, promover la participación de
todos en la visión y mantenerse en una búsqueda permanente y estable de los
objetivos propuestos hasta conseguirlos:
“No importa lo que la visión es, sino lo que la visión logra” (Senge).
2. Trabajo exigente para
la excelencia
El
directivo como nadie tiene conciencia de que la empresa es una comunidad de
personas organizada para lograr unos beneficios que no son sólo de orden
económico, o de prestación de un servicio público. Tienen que ser beneficios de
perfeccionamiento o desarrollo de las personas
hacia la excelencia;
de incremento del capital intelectual humano y estructural, es decir de
mejora de la experiencia acumulada de la persona y de la organización. Y de
beneficio para la sociedad, con la cual la empresa tiene una responsabilidad
ineludible.
El
trabajo bien hecho lleva a la madurez y es el eje vertebral del proyecto
personal de vida. Es un
medio para la
felicidad personal, no un fin en sí mismo. Es fruto de un equilibrio
dinámico entre libertad y necesidad, responsabilidad y riesgo y esfuerzo y
satisfacción (Donati). Ofrece dos caras: el lado subjetivo del trabajo
(realización humana) y el lado objetivo (los resultados, el rendimiento,
la productividad). O podría
decirse así: trabajo productivo (resultados) y trabajo formativo (crecimiento
personal). O así: un quehacer que no nos hace mejores, no nos hará mejorar lo
que hacemos.
Y
presenta tres dimensiones que lo explicitan muy bien: el trabajo como labor o
tarea que puede hacerse mejor cada día; el trabajo como medio de mejoramiento
personal integral y el trabajo que permite a la persona trascender, que conecta
con el sentido de la vida humana: si el hombre fue creado para
trabajar, de alguna
manera
responde
a quien lo creó, siendo feliz a través del trabajo haciendo de él un
instrumento para la búsqueda de la excelencia propia y como una herramienta de
servicio a los demás, incluso confiriéndole la posibilidad de concebirlo como
una tarea en la que Dios lo constituye le ha dado la posibilidad de participar
de alguna manera en la creación del mundo y en la configuración de la sociedad
y como un camino para buscarle a él.
La
excelencia del ser humano no depende de
las herramientas de
trabajo, del ambiente laboral, de
las condiciones psicológicas o sólo de las capacidades de la persona: “Yo no
resulto ser una persona de calidad porque mis acciones son de calidad. Es al
contrario: mis acciones son de calidad porque soy una persona de calidad” (Carlos
Llano).
Del
interior de la persona, desde su voluntad, su conocimiento y su libertad, se
generan acciones de calidad que conducen a la excelencia. Sin la excelencia
personal es muy difícil lograr la perfección. Hasta tal punto que puede decirse
que: “Lo esencial para la generación de riqueza es el cultivo de los valores
espirituales de los que deriva toda riqueza” (Georges Gilder). Lo fundamental
es que la personalidad se construye durante toda la vida, a partir de unas capacidades
básicas y de la
formación que lleva a desarrollarlas.
La
excelencia es un imperativo de la hora presente. Se trata de contar con un
instrumento cualificado para realizar un trabajo productivo sin renunciar al
trabajo formativo. Ser profesional es ser capaz de bien común, no
simplemente estar habilitado para
ejercer una profesión
o tener una cualificación
de alto nivel.
Hay que aprender a trabajar y a aprender continuamente, a lo largo de
toda la vida.
En
la era del conocimiento y la educación, el futuro será de quien esté al día en
conocimientos. Ese es
el capital más valioso
de las empresas
hoy en día: el saber acumulado de sus empleados y
directivos. Saber y saber hacer y hacer- hacer a otros. Por eso se habla de
capital intelectual
o de capital humano y de capital social,
o entramado de
relaciones que hacen posible
cumplir la misión.
El
trabajo adquiere sentido a la luz de lo que no es trabajo: valores humanos,
sociales, éticos, etc. para trabajar bien es absolutamente necesario
administrar el tiempo con orden, con prioridades y saber usarlo y aprovecharlo
hasta el último minuto. Con mayor razón si se trata de un trabajo en equipo en
el que se busca un objetivo común desde el comienzo. Lograr conformar equipos
inteligentes de trabajo es la meta del
líder.
3. Creatividad y
descentralización mental
Resulta
muy difícil pensar en el liderazgo sin creatividad o sin capacidad de
innovación. La creatividad es una
“ventaja competitiva perdurable” para el líder y para la organización. La
creatividad es una competencia de primer orden en la acción directiva del
líder.
No
basta pensar en la capacidad intelectual, los conocimientos o la experiencia
profesional. La creatividad exige la puesta en juego de todo eso y algo
más. Una persona creativa busca siempre
mejorar su forma de pensar y de obrar, escapar de lo rutinario y del
conformismo ante las soluciones trilladas, romper paradigmas.
Se
habla de desarrollo del talento como una forma
de impulsar la
actividad creadora. Eso implica
aptitudes, actitudes, ciencia, arte,
técnica, ingenio, imaginación, decisión, motivación, novedad, recursividad, insatisfacción, etc.
La
ciencia, el arte o la técnica no son posibles sin la creatividad. La inteligencia y la actividad mental o emocional
juegan un papel decisivo, pero
necesitan impactos que las
despierten, acontecimientos o situaciones que las conmuevan y las estimulen. El
medio ambiente físico ayuda mucho. No
se puede crear, normalmente, en medio del ruido, del desorden o de
circunstancias materiales desfavorables.
La
creatividad tiene mucho que ver con la descentralización mental, del pensamiento. A veces se cree que todo
tiene que estar centralizado: en la naturaleza, en la mente, en las empresas,
en la sociedad o en el Estado. Como si se tratara de algo inevitable.
Las
investigaciones Reynick, MIT, sobre creatividad demuestran que no hay líderes
en las
bandadas de pájaros,
ni en las abejas, y que el sistema inmunológico no
está centralizado, como tampoco lo están el cosmos, ni el cerebro, ni tienen
que estarlo la educación, las empresas, los países o las organizaciones
políticas.
Si
se hace pasar la creatividad a un primer plano, entonces es mucho más eficaz el
trabajo de los
miembros de las instituciones, y de sus dirigentes, hoy
en día sometidos muchas veces a las estructuras administrativo-financieras.
Para
eso sirve precisamente el talento creativo,
la innovación, la renovación basada en una concepción de las
instituciones como organizaciones
humana, como sistemas de cooperación, como entidades cuyo eje central son las
personas y el logro de sus objetivos personales y sociales, y no la tecnología
y los procesos.
Para
innovar en una institución hay que aplicar las nuevas tecnologías, renovar los
procesos y los modos de trabajar, de gestionar, de enseñar, de capacitar, de
aprender, de manejar el tiempo, de
tomar decisiones, de trabajar
en equipo, etc. Ayuda bastante el contacto con la
realidad cambiante del mundo, con la marcha de instituciones o
empresas parecidas en otros lugares del planeta, conocer las
expectativas internacionales, los
fenómenos globales, los entornos, las visiones de conjunto de lo que ocurre en
cada sociedad concreta,
y de las tendencias o mega tendencias hacia el
futuro.
Hay
que pensar cómo se ve desde fuera la organización, por la competencia, a la luz
de las innovaciones de otras latitudes, así parezcan
muy lejanas del contexto propio, “sacar la cabeza del agujero” y mirar
horizontes más amplios.
El
espíritu creativo lleva a concebir las empresas e instituciones como
"organizaciones de aprendizaje", en las que se practica el constante
aprender a aprender, actitud capital para renovarse metodológicamente, para
formarse continuamente. Y debe ser un aprendizaje para la acción, para liderar
acciones de cambio, y específicamente de cambio cultural que impulse a las
organizaciones a metas nuevas, ambiciosas, renovadoras y exitosas, siempre en la línea de su misión
y visión corporativas: "Aprender es descubrir que ya sabes, actuar es
demostrar que lo sabes (R.Bach)".
Para
ello conformar equipos inteligentes, que construyan plataformas y escenarios
internos para el aprendizaje continuo. Esto cambia no sólo el modo de trabajar
sino la relación entre los
hombres, porque se tiende
a horizontalizar las
organizaciones es decir, ya no cuenta tanto el director-rey, gerente-rey
o rector-rey del que dependen todas las decisiones. Estas pasan a depender no
de mí sino de un nosotros, de un equipo con iniciativa, con actitud activa, con
objetivos comunes desde el comienzo, con aportes profesionales variados,
complementarios e interdisciplinarios.
La
organización del futuro se ve como un conjunto de redes interdependientes de
información, cooperación y servicio, en las que las decisiones se toman y se
estructuran en cadenas de trabajo, debidamente coordinadas, con una
potencialidad y una virtualidad que les permiten ir mucho más lejos que las
instituciones estructuradas en torno a tecnologías y procesos o a esquemas
formales, donde la espontaneidad y lo informal no tienen vida.
4. Comunicación eficaz
Sin
comunicación no hay verdadero
liderazgo ni se construye comunidad. La comunicación hace efectiva
la participación, es su
vehículo propio. Una persona
no es plenamente persona si no se comunica. Le faltaría algo indispensable a la
sociabilidad, a la convivencia que ella genera.
El
líder necesita comunicar para convencer. Para él es más importante lo que va a
comunicar que el cómo va a hacerlo o el medio que va a utilizar. En cualquier
caso su palabra ha de ser palabra en diálogo, abierta, sincera, auténtica. A la
palabra exterior precede la
palabra interior, es decir, la fuerza y la verdad de lo
pensado, de lo que se quiere comunicar.
Comunicación
que tiende a ser cada vez menos masificada, porque se busca, por ejemplo a
través de las redes informáticas, una respuesta interactiva personalizada, lo
más cercana a la comunicación interpersonal, donde se da propiamente el
encuentro el trato con los demás como personas.
La comunicación no
es sólo saber transmitir mensajes
ideas o sentimientos, sino saber escuchar. Característica clave de un buen
líder es saber escuchar a su gente, ser receptivo y comunicativo, estar bien
informado y ocuparse de que su mensaje llegue al destinatario y de recibir la
realimentación necesaria para medir la eficacia de la comunicación. Con mayor
razón cuando es la organización la que tiene el derecho a una comunicación
completa y veraz.
Vivimos
en una sociedad donde se repite a todas horas la tentación de manipular la
comunicación, de corromperla en área de otros intereses, de deformarla para que
en lugar de comunicar, distancie y separe, vuelva vacío el diálogo. Son
constantes el peligro y la amenaza de hacer de la palabra o de la imagen un
instrumento de engaño y de falsificación cayendo en un abuso del lenguaje de
ambas que, a la hora de la verdad, como afirma Pieper, es un abuso de poder
porque se convierten en una droga por medio de la propaganda y del discurso
laudatorio.
Por
todo ello, necesita el líder conocer y utilizar los distintos tipos, procesos y
medios de comunicación, desde los más tradicionales, masivos o no masivos, a
los más revolucionarios de hoy, por ejemplo la red
mundial Internet, como instrumentos al servicio de lo que se quiere comunicar y
de los destinatarios del mensaje. En
todos estos procesos, el líder ejerce también un poder de persuasión, de
convencer con sus ideas y con su ejemplo, sobre todo como testimonio de una
vida coherente, de un servicio sincero a su grupo, empresa o a la sociedad
entera. La transparencia de su conducta incidirá en la eficacia de su
comunicación.
5. Trascendencia y
Responsabilidad social
El
trabajo no deja ahí a la persona en su sitio o puesto directivo. Como el
trabajo no es un fin en sí mismo, busca
que la perfección lograda en él se manifieste en los demás ámbitos.
Desde él trasciende, va mucho más allá de sí misma. Los ámbitos en los que se manifiesta primariamente la
trascendencia del trabajo son la familia y la sociedad. Por eso es bueno
vincularlos estrechamente. Se puede ser muy bueno, excelente, en el trabajo,
pero no ser buen miembro de familia o un buen ciudadano.
Si
por un momento nos apartamos de la organización y miramos a la familia,
comprobamos que sufre crisis muy diversas en alto grado, que afectan el
desempeño laboral de las personas: falta de integración, de unidad, de
comunicación, de valores vividos. La causa es, muchas veces, la falta de coherencia,
la separación excluyente entre el trabajo profesional y la
vida familiar.
Y
esta es una misión primordial de la acción directiva del
líder: que los
ámbitos esenciales de la vida de
la persona estén conectados entre sí: trabajo, familia,
organización y sociedad. "No se puede separar la vida económica
(corporativa)de la vida familiar y espiritual; forman una unidad y si no somos
capaces de comprender que esa unidad se deriva, sobre todo, del cúmulo de valores
espirituales, entonces no habríamos entendido nada acerca de la economía (ni
del papel de las
organizaciones) ni acerca del futuro de las tecnologías informáticas"… “(G.Wilder)
A
través del trabajo directivo, la organización
o institución está
llamada a generar confianza y
seguridad, a dar ejemplo de ética y civismo, a tratar los bienes que utiliza
para su actividad productiva o de servicio como medios en orden a la
consecución del bien común de la sociedad y de la felicidad de las personas,
con la mira puesta mucho más en el servicio que en el beneficio.
Aristóteles,
que no fue precisamente un visionario de la filosofía del trabajo, dejó escrito
a su hijo en la Ética a Nicómaco: "La vida de los negocios es algo
violento, y en lo que es evidente que la riqueza no es el fin que buscamos
porque es útil en cuanto se ordena a otro bien". Por eso los líderes a
través de la acción directiva pueden producir un cambio individual, corporativa
y gremialmente si tienen presente que, pase lo que pase, "actuar ante las
causas tiene mucho más sentido que reaccionar simplemente ante
las consecuencias" (Vaclav
Hável). Y la sociedad necesita ser reconfigurada como una comunidad
participativa y solidaria, no como un escenario encarnizado de defensa de intereses
particulares o individualistas.
El
directivo líder debe estar enraizado en un país, en un contexto vital
determinado y en una sociedad de la que debe ser actor no espectador. Esto se
lo facilita el contacto con las ideas y grandes problemas de la actualidad, de
su país y del mundo, por ejemplo, al estar al tanto del fenómeno de la globalización de la economía y de los
mercados, de la cultura. De ahí que se necesita una mentalidad abierta a los
problemas del mundo. Así se ven mejor, muchas veces, los problemas propios,
locales, regionales o nacionales.
Y
finalmente, asumir la complejidad del mundo de hoy que implica, entre otras
cosas, que el ser humano forma parte de un todo significativo, cósmico y
humano, al cual aporta constantemente. A diferencia de otros sistemas que se
dan dentro del ser humano, como el
sistema inmunológico −en
el que todo está programado y opera sin necesidad de órdenes−, el sistema
humano se autodirige libremente y da sentido a todo lo demás.
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