EL OPTIMISMO NECESARIO PARA AFRONTAR LA VIDA


Jorge Yarce

Optimismo es la actitud afirmativa ante la vida, que lleva a reaccionar con ánimo positivo y confianza frente las dificultades, con la convicción de que pueden afrontarse con éxito.




Un estudiante pregunta a su profesor,  “para qué sirve todo lo que se estudia, si cada día hay más profesionales y cada día el mundo está peor, hay más pobres, más inseguridad y más hambre”. El profesor le responde: “La única manera de asegurarnos de que las cosas cada vez sean peores es lograr que todos los que estamos aquí pensemos como usted está pensando”.



Si queremos construir un mundo mejor, tenemos que imaginárnoslo, trabajar duro para construirlo, pero especialmente creer que es posible lograrlo. El optimismo lleva  a mirar el horizonte de una manera diferente, sin deformarlo ni ignorar las dificultades, con los pies en la tierra y con el convencimiento de que las cosas pueden mejorar.



El  optimismo  se  manifiesta  en  todo momento, pero, sobre todo, sale a relucir espontáneamente cuando las cosas no van bien.   Con pesimismos y negativismos lo único   que   se   hace   es   empeorarlo   todo porque ánimo de quien las mira así, pierde fuerza y el porvenir se obscurece. Por ejemplo, si ante la ola de terrorismo que padece el mundo dejamos que el desaliento penetre a fondo en los espíritus, se pierden las  fuerzas  interiores  necesarias  para afrontar exitosamente el mismo terrorismo y el futuro, e incluso para poder pensar que esos fenómenos no son definitivos, que tienen que pasar, porque ese no es el estado normal de una sociedad.



No se trata de afirmar un optimismo ingenuo sino realista, que cuenta con las limitaciones de la condición humana y, en último término, con que el mundo no está gobernado por un destino ciego, por el azar o por fuerzas incontrolables. Existe Dios y existe su providencia sobre la historia humana, que no suprime la libertad del hombre, y sus designios sobre el hombre no son fatalistas, negativos, pesimistas o derrotistas.




Es más fácil ser negativos o dejarse llevar por   el   negativismo,   como   es   más   fácil destruir que construir, o no confiar o creer en lo que hacen los demás. Hay que darse cuenta,  aceptar,  lo  bueno  que  hacen  los otros, incluso para entender que lo que hace cada uno de nosotros a veces es mejor de lo que pensamos, no por vana complacencia sino por autoestima. Además, creer en lo que los demás hacen es un inmejorable motor generador de confianza, valor que va   muy unido al optimismo.



Razones para ser optimistas



La autoestima, así como el conocimiento y valoración de los demás, son factores que ayudan a que el optimismo tenga bases sólidas y, en consecuencia, se logren los resultados esperados, se resistan airosamente las contrariedades y, seamos capaces de transformarlas en oportunidades. Ser optimista no es ostentar actitudes triunfalistas. Tampoco manifestar alegría bulliciosa en todo momento. Es más bien una actitud  basada  en  la seguridad  de  que  las cosas cambian a mejor si se actúa positivamente, lo cual no depende del temperamento o de las ganas. El optimismo (como su contrario, el pesimismo) es contagioso, se transmite fácilmente y facilita un clima de apoyo mutuo entre las personas.



A veces, el optimismo se alimenta de reales o aparentes fracasos convertidos en experiencias de vida útiles, aleccionadoras, que llevan a confiar más en sí mismos y en los demás y a evitar que los errores se conviertan en un fardo insoportable.   Juega mucho en todo esto la actitud ante las personas y los acontecimientos. Lo resumía así  un  padre  a  sus  hijos: “Es  más  fácil trabajar con el que dice no puedo que con el que dice no quiero”



El optimismo no ignora la realidad, ni desconoce su impacto, sino que evalúa objetivamente la importancia que tienen los hechos. El desengaño de ahora, o los problemas que padecemos en una determinada  época,  tienen  un  tamaño  que con el paso del tiempo, y con las soluciones que  se  ponen  para  resolverlos,  adquieren una nueva dimensión. Lo que parece sin remedio en la vida, muchas veces no lo es tanto, si se mira en otra dimensión.



Dar la vuelta al modo de ver las cosas



Hay que  dar  la  vuelta,  el  giro  grande  a  la manera negativa de    las cosas para no caer cae fácilmente en la crítica destructiva, en la amargura,  con  las  que  sólo  se  hará  más difícil el cambio de conducta de uno o de los demás. Y hace falta, para arraigar el optimismo una voluntad firme y afincada en lo que se quiere, y metas y objetivos claros.



Además, todos huimos del trato con la persona pesimista. Y debemos cultivar todo lo que refuerza el optimismo: el buen humor, el entusiasmo, la serenidad, la tranquilidad, la paz. No vivimos en el mejor de los mundos posibles pero podemos mejorar el mundo en que  vivimos.  El  cambio  hacia  un  mundo mejor lo hacemos quienes creemos en que el hombre no puede reducirse a sus instintos animales ni su vida al goce sensible o   a lograr sólo el bienestar físico o el poder político o económico.



Plata (dinero), poder y placer forman una trilogía que trata de dominar en el mundo actual.  Hay  que  empeñarse  seriamente  en que esa trilogía se cambie por la búsqueda del ser persona, del servir y de la solidaridad. Mucha gente esconde, detrás de un aparente modo de vida feliz, muchos problemas que no se atreve a confesar: excesiva preocupación por el dinero −cómo cuidarlo, invertirlo, gastarlo−, sobre la salud −cómo conservarla, mantenerse en forma, no dejar ver  la  huella  de  los  años−,  sobre  el  sexo
−dependencia, búsqueda insaciable de experiencias−,  sobre  la  muerte  −temor  a
afrontarla, negación de lo evidente−, sobre la
fe −no creen en Dios porque creen en cualquier cosa−, etc.



Una de las causas de fondo del pesimismo que anida en muchas manifestaciones del mundo actual es esa falta de fe, no mirar las cosas en la perspectiva de la eternidad. “Salvarán  este  mundo nuestro,  no  los  que pretenden narcotizar la vida del espíritu, reduciendo todo a cuestiones económicas o de bienestar material, sino los que tienen fe en Dios, y saben recibir la verdad de Cristo como luz orientadora para la acción y la conducta” (J. Escrivá).



Se puede más con una gota de miel que con un barril de hiel



Recordemos el maravilloso testimonio de Hellen Keller: “La mayoría de la gente mide su felicidad en términos de placer físico y posesión material. Si la felicidad se pudiera medir y palpar, yo, que no puedo ver ni oír, tengo todos los motivos para sentarme en una esquina y llorar sin parar. Si a pesar de mis privaciones, soy feliz, si mi felicidad es tan   profunda   que   se   convierte   en   una filosofía de vida, entonces resulta que soy una persona optimista por elección. El optimismo es un hecho que reside en mi corazón”.





El optimismo no una simple corazonada o tender un manto sobre la ola de terror y de maldad  de que son capaces la  mente  y el corazón humano. Es girar un cheque abierto a favor del bien de que es también capaz de albergar y de hacer el corazón humano: “Mi optimismo  no  descansa  en  la  ausencia  de mal, sino en la creencia de que el bien prevalece al final” (H. Keller).





Estamos llenos de conflictos y guerras en un mundo más avanzado científica y tecnológicamente  que  nunca.  Los  infartos, los cánceres devastadores, la violencia intrafamiliar, las enfermedades mentales, los deterioros emocionales, todo eso está al orden del día. Pero también lo está la lucha de muchísima gente por lograr su felicidad, por hacer las cosas bien, por ayudar al prójimo y por conservar la esperanza como un valor al que no se puede renunciar jamás.





El   pesimista   siempre   encontrará   razones para defenderse porque le falta coraje para formar parte de la solución. Hay que amar mucho más el sacrificio, esforzarse más por la virtud, que dejarse arrastrar por los acontecimientos, por los medios de comunicación o por las ideologías o las modas de ocasión. El optimismo es posible en  la  medida  en  que  nuestra  vida  está anclada en principios fundamentales y en cuanto  procuramos  convertir  nuestros sueños en realidad, comprometiendo nuestra libertad  en  cada  momento,  pensando siempre en la meta.

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