Jorge Yarce
“Crisis En La Sociedad Siglo XXI
Hablaré aquí de la
trascendencia en su sentido más fuerte, como afirmación de la existencia de
Dios, no sólo en el sentido de la afirmación de los otros, tema tratado en otro
capítulo de este libro. Se trata de un punto relacionado frecuentemente, y con
razón, con otros temas del mismo que giran en torno a él.
No tengo la pretensión de
ofrecer en estas líneas tratarlos todos, sino la intención de exponer la forma
como yo mismo me los he planteado a lo largo de los años y como creo que puede
ayudar a otras personas a reflexionar en torno al tema. El lector podría
decirme que todos partimos de unos supuestos de implícitos para hablar del
tema.
Tendría que responder que
inevitablemente es así, por muchos esfuerzos que uno haga por no tener puntos
de referencia demasiado concretos. Pero eso no quita validez a lo que
pensamos. Más bien
esos supuestos denotan no sólo
unos conocimientos, sino tal vez unas convicciones y una vivencia muy
arraigada que, en
cierta medida, es más
fuerte que nosotros mismos y que necesariamente aflora al tocar estas
cuestiones.
No se trata de un solo tema,
sino de varios entrelazados: trascendencia, Dios, muerte, espíritu,
inmortalidad, eternidad, conciencia, inmaterialidad, subjetividad, libertad,
infinitud, reflexión, interioridad, mal, ultratemporalidad…Todos ellos están
conllevan cierto enigma
o misterio. Son temas situados en la frontera de la vida,
inevitables porque parecen surgir del ser del hombre como parte de su
condición. Pero no se plantean como los problemas típicos de la ciencia: la
aceleración, la gravedad, la relatividad, etc. En estos hay una mayor claridad,
unas hipótesis y unas verdades científicas
establecidas a lo
largo de los años.
Aquellos permanecen
siempre en una especie de penumbra que toca a cada
persona tratar de
desvelar y de
sacar el concreto significado para su existencia.
En cierta manera escapan a una visión simplemente natural del ser del
hombre y nos impulsan más allá, nos permiten entrever que su ser tiene una
característica peculiar: que se puede plantear estas cosas, que es el único que
puede volver sobre sí mismo - conciencia- y tocar temas que no tiene que ver
con su corporalidad sino con algo que la trasciende. Es lo que siempre se ha
denominado como principio inmaterial o espiritual, en el que parece radicar esa
capacidad de volver sobre sí mismo y de plantearse el sentido de la vida.
No podemos decir que el
problema de Dios sea un problema al estilo de los problemas de la ciencia, ni
tampoco reducirlo a ser un problema
del corazón o
de la cabeza.
Si fuera un “problema”, lo podríamos acotar en unas premisas
y aplicarle el
método científico. Intentamos con el método filosófico y tampoco
lo que logramos
nos da tranquilidad plena, aunque
aplicado con rigor puede conducirle a
plantearse la pregunta por un principio o fundamento del
universo y de la vida humana, prescindiendo de lo que conoce por la religión.
Lo que sí podemos hacer, y
así lo han hecho grandes filósofos y personas comunes y corrientes, es pensar
en Dios y tratar de entender por qué el hombre es capaz de hacerse esa pregunta
y de intentar responderla afirmativamente. Es decir, que el ser humano
no se está
haciendo una pregunta absurda,
contradictoria con las leyes de su existencia. Todo parece
indicar que es una pregunta acorde con su dignidad, con la capacidad de su
intelecto. De ahí que los primeros cristianos dijeran que el hombre era un ser
“capaz de Dios” (capax Dei), o sea,
que puede descubrir
a Dios con la
fuerza de su raciocinio.
Podríamos decir que el dilema es
escoger entre el azar, la suerte, la abstención, o Dios. En caso de
duda, de tener que resolver ese dilema,
yo me quedo
con Dios. Dar la
espalda siempre es más fácil
que hacer frente. Hoy en día
pululan las posturas agnósticas, puesto que el ateísmo ya no está de moda, en
las que ni se afirma ni se niega, o si se afirma se dice que no podemos conocer
su existencia.
“El agnóstico –dice Ortega y
Gasset- es un órgano de percepción acomodado exclusivamente a
lo inmediato”. Tiene
que ver mucho con el empirismo y con el materialismo imperante en la sociedad,
y con la discusión sobre el mal relatada en la anécdota del comienzo: si existe
el mal, no es posible admitir que exista Dios, o si existe y no lo suprime,
entonces no es un Dios bueno.
El afán de seguridad y de
bienestar material que prima, el huir del dolor y de la muerte, son cosas muy
propias para evitar salidas “inconvenientes” que nos llevarían a buscar en Dios
el responsable de esos males y a aceptar y vivir esas realidades de otro modo.
Hasta tal punto de que algunos no creen en él
pero si lo
hacen responsable de
esas cosas.
}
Por eso, alguien ha dicho
que el ateísmo de hoy no es no creer en Dios, sino creer en cualquier cosa. De
lo contrario se cae en las ingenuidades de seguir preguntándose por qué el
cirujano no encuentra el alma al abrir a un paciente o por qué en el paseo
espacial el astronauta no vio a Dios por ninguna parte. Dios no puede ser
objeto de un enfoque utilitarista
porque enseguida se
le rebaja como si
fuera un objeto
de consumo necesario para la
vida humana, entendido en función de ella y no al revés. Pero tampoco se trata
de convertir a Dios en un enredo o en un ser mítico.
Los mitos son algo
completamente distinto (símbolos o representaciones anticipadas de lo que puede
ser la muerte o el más allá del hombre, para tratar de entender lo que es o lo
que le pasa). Dios se presenta a los ojos humanos no como una representación,
sino como la superación de todas las representaciones simbólicas, como un ser
personal que entra en diálogo con el hombre. Tampoco Dios está a la mano, en
cuanto podamos tratarlo como se tratan los acontecimientos humanos, aportando
evidencias, como si se tratara de una investigación judicial. No es éste el
momento de hablar de las diferentes argumentaciones que en el plano de la
filosofía y a lo largo de los siglos se han propuesto como caminos para
demostrar que la razón humana puede llegar por sí sola a al existencia de Dios.
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