Jorge
Yarce
La
libertad es una característica indispensable al considerar la persona y su acción dentro de cualquier
organización.
Quienes dirigen una empresa o quienes simplemente
trabajan en ella son conscientes que en todo momento están poniendo en juego su
libertad. Su compromiso de estar aló o de estar ejerciendo una función de
dirección es fruto de su libertad, de
haber escogido esa tarea profesional y el sitio concreto en el que se
desempeñan, porque fueron
llamados para ello o porque
llegaron allí como fruto de un ascenso en el escalafón laboral. No están ahí
por simple suerte ni están forzados a hacer lo que tienen que hacer. Ese trabajo le servirá para alcanzar unos
objetivos personales de autorrealización en la medida en que lo cumplen con una
libertad responsable.
El
trabajo debe ser un impulsor de la libertad de la persona, no algo limitante.
No en el sentido en que
cumple una obligación, aspecto que también forma parte
del ejercicio de la libertad, sino en la libertad, sino en cuanto ese puesto de
trabajo, cualquiera que sea, debe servir
para expandir su
libertad, para sentirse y ser más libre, precisamente logrando los
objetivos propuestos y creciendo interiormente en la medida en que
se van
cubriendo etapas de la
vida profesional.
No
es libre quien simplemente hace lo que quiere en su trabajo. Es más libre quien
hace lo que debe hacer yendo más allá de lo que le exige la estricta
responsabilidad de un cumplimiento enmarcado en un manual de funciones. O sea
la persona que libre y espontáneamente busca la excelencia en su trabajo y
contribuye a un clima de trabajo en el
que los demás
también puedan expansionar su libertad,
realizarse laboral y personalmente. La libertad como compromiso
Es
importante detenerse aquí un momento. La libertad no es sólo elección que
permite hacer algo. Es poder hacerlo establemente y apuntando a objetivos cada
vez más altos. Se trata de mirar la libertad en dos dimensiones complementarias
a la de la elección: el compromiso con lo que se hace, que genera identidad y
pertenencia, y la aspiración a hacerlo lo mejor posible.
La
libertad como compromiso supone la renovación permanente de tratar de hacer las
cosas bien, como fruto de la preparación profesional adquirida
y como resultado
de una dedicación intensa
al trabajo. Sin seriedad y estabilidad en la dedicación
se recorta la libertad que ha llevado a hacer algo, a escoger o aceptar una
tarea en una organización. Afrontar los problemas que surgen en el trabajo es
una oportunidad para que la persona crezca en su compromiso, madure su libertad
al vivirlo.
Si
nos proponemos obrar libremente en todas las
circunstancias que nos
presenta el trabajo, tendremos
continuas ocasiones de afirmar ese querer hacer bien las cosas que es como el
corazón de la libertad. Lo cual quiere
decir que tenemos esa constante intención aunque a veces no acertemos en los
medios empleados para lograr los objetivos. Y surgen los fallos, los errores,
las contradicciones provocadas por otros, subordinados o no a nuestra tarea.
Viene a la mano la ocasión de recomenzar la tarea desde otro punto de vista, de
rectificar el rumbo y de rehacer la
parte del tejido de relaciones que conlleva todo trabajo, y que ha sufrido una
ruptura por nuestra parte o por parte de otros.
Lo que cabe destacar no es que haya sucedido lo negativo sino la
capacidad de superarlo, que solo propio
de una libertad que madura ante las dificultades.
Si
libertad, en realidad, se conquista día a día, y exige ser buscada a través de
los hechos, de los días y del vencimiento de todos los obstáculos que
encontramos en el camino de nuestro trabajo. Saberse libre, querer ser libre,
intentar ser libre, atreverse a ser libre hasta las últimas consecuencias, son
parte del recorrido de ese
camino. Tener libertad, crecer en libertad, conseguir más
libertad, no es fácil, es tarea ardua si se quiere perseverar en el intento por
alcanzar la meta propuesta. Aún
habiéndola alcanzado, enseguida
se abren nuevas metas y, por tanto, el esfuerzo libre continúa.
La libertad en
peligro
Uno
de los peligros que amenazan el ejercicio de la libertad es el capricho, la
elección caprichosa y antojada. Hay personas que se sienten sin libertad porque
se les obliga -por sobre sus caprichos- a hacer lo que deben hacer. Esas
personas se acostumbran a obrar así y en lugar de adaptarse al trabajo acaban
por adaptar el trabajo a su modo de ser, restándoles eficiencia en lo que hacen
y dificultando la relación interpersonal. Sólo hacen lo que les gusta y
terminan por gustarle sólo el modo como ellas lo hacen. Se vuelven islas dentro
de la organización u operan como aisladores de una corriente de trabajo
intensa.
Otros
dos peligros para la libertad son la indiferencia y la indecisión. La primera proviene muchas veces de descuidar
lo importante o de acostumbrar se una única manera de hacer las cosas, de modo
que predominan la falta de iniciativa y de creatividad. A la persona como que
le da lo mismo hacer esto o aquello, le invade una rutina de fondo que afecta
su ánimo o su claridad intelectual.
La indecisión
paraliza las determinaciones que deben tomarse.
Supuestamente por falta d estudio previo, pero muchas veces porque no se ha
deliberado suficientemente sobre las diferentes alternativas, frente a las
cuales es necesario adoptar una decisión, así conlleve equivocarse en los resultados
o consecuencias de la misma. Pero es preferible decidirse, equivocarse y
rectificar, que mantener un estado indefinido de incertidumbre sobre lo que
debe hacerse. Esos peligros acechan continuamente y
pueden hacer que desviemos la atención de lo que es verdaderamente
importante en nuestro trabajo,
centrándolo en las
cosas secundarias, en las
minucias, y no nos
fijemos en el contenido, en el qué hacemos y para qué lo hacemos, no tanto en
el cómo, sin que a esto último podamos conceder tregua o no reflejar ahí un
aprendizaje continuo.
La aspiración
a lo mejor
Decía
atrás que una forma de manifestar la libertad es la aspiración que conlleva a hacer
cada vez mejor las cosas, podríamos decirlo de nuevo, la aspiración a la excelencia.
No sólo en lo que se hace y en cómo lo hace sino en quien
lo hace, en su condición de persona con una intimidad y con una capacidad de apertura hacia los
demás.
La
libertad busca resultados lo antes posible, pero también se proyecta hacia el
futuro. Es constantemente mezcla de realidad y de ideal. Real al obtener
resultados concretos e ideal porque
no se satisface,
es inconforme con esos resultados en la medida en que
piensa que pudieron haber sido mejores y más en cantidad. No queremos que
nuestro talento se desperdicie porque sería desperdiciar nuestra libertad. Por
eso sentimos afán, tenemos ansiedad de encontrar nuevos resultados de nuestra
propia capacidad y de la ajena. De ahí que un buen motor para despertar esta búsqueda
y mantenerla viva es la motivación,
siguiendo la clasificación de Pérez
López, tanto extrínseca (retribución), como intrínseca (satisfacción) y
trascendente (servicio).
La
libertad opera también como fuerza liberadora en la medida en que la vida es
proceso continuo de superación y de auto superación. Normalmente nos
comprometemos con las circunstancias materiales y económicas de un trabajo
determinado pero junto a eso estamos buscando satisfacciones interiores y
oportunidades de dar trascendencia a nuestro trabajo profesional.
Al principio
de una vida
profesional hay la tendencia a
exigir resultados muy pronto, a tratar de tocar el cielo con las manos
aspirando a una posición alta y a un salario lo más alto posible. La vida se
encarga de mostrarnos que llegamos
allá tras un proceso en la práctica más largo de lo
que esperábamos y también más accidentado de lo que suponíamos. Porque en
realidad esa elección inicial hay que
conjugarla con el compromiso estable y con el crecimiento continúo hasta que
llegue la madurez en los frutos. Estos no se le pueden pedir al árbol antes de
tiempo, por mucho que se le riegue o abone.
El escenario
más ambicioso
La
libertad pide a la persona ser semejante a los demás, y reconocer en lo que
ella hace y en lo que ellos hacen la condición común de humanidad que los
caracteriza a todos. Es decir, la libertad
de cada uno
no es una libertad
privilegiada sino una libertad vinculada a los demás a través de la
convivencia. Ser semejante no es pretender uniformarse con las demás personas.
Es simplemente convencerse de que la mejor afirmación de la personalidad es la
que hace aparecer a la persona más humana, más cercana a los demás, más
participativa de sus dones.
Podemos
decir, por eso, que en esta dimensión, complementaria a la elección inicial, la
persona realiza su libertad en la permanente apertura a los otros. No tiene que
ser algo plenamente consciente. Puede ser algo que inconscientemente se da
porque las actitudes que se adoptan revelan que los demás son
significativos de cara
a uno mismo, se les tiene en
cuenta, se trabaja con ellos o se trabaja para ellos., se sale de sí mismo para
enriquecerse con lo bueno que ellos nos ofrecen y para ofrecerles lo mejor de
nosotros mismos. De esta manera abrirse es también liberarse del estrecho círculo
del yo, evitar el individualismo.
Quien
piensa en los demás más que
en sí mismo, elige ante todo el
servicio, la cordialidad, la comprensión, el amor. Quien para sentirse libre
tiene que atropellar la libertad de los demás (su verdad, su honra, sus
opiniones, sus modos de ser) es esclavo de la peor ignorancia: el orgullo que
valora más lo propio que lo ajeno. Los demás suman más valor que yo y
complementan lo que me falta a mí. La libertad nos lleva ser singulares y únicos
(personalidad). Es condición para ser semejante. Dicho de otro modo, es saber
ser uno mismo, con perfil personal propio y auténtico, para abrirse a los otros
de modo que estos capten quién viene al encuentro. La semejanza verdadera no
acaba con la singularidad, la realza. Hay un afán de semejanza equivocado: hacer lo
que hacen los otros sin pensarlo,
vestir, hablar, creer como lo hacen ellos. Esto en realidad es envolverse en el
anonimato de la impersonalidad (se dice, se viste, se piensa, se cree, se hace...).
Si
en la vida de una persona diferencias, pluralismo de elecciones, puntos de
vista, criterios y opiniones diferentes, no hay personalidad. Una persona que
no denota nada de esto se reduce a ser un número de una serie
a la que simplemente podría ponérsele una etiqueta que
dijera “del montón”. Si por el
contrario, la singularidad de una persona es tal que se aparta de los demás, que se
lleva a extremos llamativos, que además pueden ser extraños a
los demás, esa singularidad es anormal, y caprichosa.
Una libertad
auténtica
La
libertad y sus escenarios no dependen únicamente de la persona y de su trabajo.
Una de las funciones de quien dirige es abrir espacios de libertad a la gente
para que cumplimiento su tarea cada vez mejor se sienta también cada vez más
libre, haciendo algo que le gusta y que produce la satisfacción de otros se
benefician inmediatamente de ese trabajo, en forma de producto o de servicio.
Abrir espacios de libertad es lograr que la gente esté
motivada y produzca
los resultados esperados. Cualquiera de las versiones contrarias son
contrarias a la libertad auténtica: una persona motivada que no rinde o una que
rinde y no está motivada, excluyendo la que encierra las dos negaciones, porque
de ella puede esperarse muy poco, salvo que la sacuda un cambio.
La
libertad auténtica se da en la medida en que asumo mis responsabilidades con
conciencia de se rol más importante que se espera de mí, y voy dando los
resultados que soy capaz de producir. No por mi posición sino porque genero las
respuestas posibles, o al menos algunas de ellas y soy consecuente en todo lo que
eso representa: me decido, elijo, me
comprometo y busco lo mejor, sabiendo que estoy rodeado de gente con la que
debo colaborar, que me colaboran y que tienen una expectativa de mis
resultados, lo cual me ayuda enormemente a no flaquear en el intento de hacer las cosas bien.
El
sistema humano de la empresa se revela así como un sistema donde se conjugan
las libertades de todos, no sólo la de quienes dirigen frente a, los dirigidos
o la de estos frente aquellos. Para que sea un todo significativo real tiene
que haber espacios de libertad para todos, que a veces son fruto de
negociaciones que indican que esos espacios no son absolutos, que tienen
limitaciones y por ello no dejan de ser ámbitos de ejercicio de la libertad, en
los que se buscan que la libertad personal crezca no en detrimento de los demás
sino con los demás.
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