Jorge Yarce
El bien de una sola
persona vale más que el universo material entero (Tomás de Aquino)
La
persona es el centro alrededor del cual gira la vida de una organización. No
son los medios ni la técnica, ni siquiera el progreso y el desarrollo, los
protagonistas de la vida de una
sociedad y dentro
de ella de
las empresas e instituciones. Es
la persona quien da sentido a
todo los demás. Y es la realización de
sus fines, lo que debe convocar todos los esfuerzos y todos los medios.
Eso,
que parece tan fácil de decir, no resulta tan fácil de vivir. En esta época las
organizaciones y su complejidad tienden a opacar aquella realidad de sentido
común, o sea, que la persona tiene que ser lo primero. Si esto no es así, la
organización, a un plazo más corto que mediano o lejano, sufrirá las
consecuencias, la más patente de ellas, que las personas no lograrán sus fines,
no serán felices ni lograrán hacer felices a los demás.
A
nivel de la sociedad ocurre lo mismo. Si un Estado no protege ante todo la vida
y la dignidad de las personas, los derechos humanos fundamentales, todos los
demás logros ocuparán un segundo lugar o serán inanes si no se trabaja por lo primero. Entre otras
razones porque la conciencia de su importancia ha aumentado y con ella la
preocupación para que no se queden en simples declaraciones oficiales, escritos
en las constituciones políticas o en los documentos de los distintos organismos
nacionales o internacionales.
Por
eso no resulta difícil comprender el papel fundamental que juega la dirección
de una empresa o de una institución en relación con la dignidad humana,
entendida como algo dinámico que hay
que estar mirando
en todas sus dimensiones. Respetar la dignidad humana tiene que ser algo
mucho más operativo que declarativo, algo que tiene que llevar a
comportamientos visibles y comprobables.
Se
nos ocurren algunos aspectos a tener en cuenta si queremos visualizar mejor
este tema:
1. Dirigir es, ante todo, dirigir
personas, no sólo procesos o estructuras
2. La organización y la tecnología están
al servicio de la persona y no al revés.
3. Valorar a la persona
independientemente de su posición o de su función particular
4.
Tratar a la
personas como lo
que realmente es, no como pieza de un mecanismo subordinado a la
eficacia administrativa.
5. Dirigir una organización es una
forma de orientar a las
personas esencialmente al logro de fines, no simplemente administrar
correctamente los medios.
El
respeto de la dignidad de la persona es inseparable de
la valoración del
otro, es decir, de todas las
demás personas, porque todas gozan de la misma condición. Para que exista
verdadero respeto tiene que darse una relación sin la cual no es posible
entender a la persona misma, a cada una de ellas, y con la cual la cual se
entiende la convivencia social global.
Los escenarios
de la dignidad
1. Cuando se dirige no todo está a la
vista, ni todo se puede manejar al modo como se manejan los procesos
administrativos.
2. Está de por medio la trascendencia de la persona, su capacidad
de ir más allá de las cosas, de hacer que sus ideas, emociones o su libertad
no sean controlados, manipulados, o
instrumentalizados.
3. El respeto de la dignidad humana es
fundamento de la justicia y de una igualdad esencial contra la discriminación.
4. El derecho justo y la moral social
sólo pueden darse a partir del reconocimiento esencial de la dignidad humana.
5. Ella es inseparable de la de la
libertad y de la búsqueda de la verdad, sin las cuales estaría mutilada.
El
ejercicio de la libertad es una muestra del respeto de la dignidad porque con
ella la persona puede realizarse, desarrollarse a sí misma. Todo lo que se oponga
a ese ejercicio libre atenta directamente contra la dignidad. Como igualmente
atenta lo que
represente un impedimento para buscar la verdad por todos los medios
lícitos al alcance de la persona.
La
manipulación se presenta no sólo cuando se utilizan técnicas de sometimiento
físico o de presión o violencia sobre la voluntad sino cuando se
logra una influencia
en la conducta que no es
percibida por el sujeto en forma directa.
Es
fácil que a veces la atención de la dirección se desvíe hacia los medios de que
se dispone en la organización más que centrarse realmente en el recurso por
excelencia que son las personas mismas, a quienes primero se les debe dar la
oportunidad de dirigirse libremente al logro de los fines individuales y sociales.
Ayudar a
crecer y a ser
Si miramos
la dirección como
ejercicio de una autoridad real,
no sólo formal, nos daremos cuenta de que, como la etimología latina de esa
palabra lo insinúa, la autoridad es para hacer crecer a la persona, no para
disminuirla. Para eso hace falta primero dejar ser y ayudarle a ser, muy
distinto de lo que hace el autoritarismo como desviación de la verdadera
autoridad, el cual se impone sobre la persona como quien ejerce sobre ella un
dominio absoluto, no como una ocasión de prestar un servicio.
El
que dirige o ejerce el mando en una organización tiene que ser consciente de
que las personas no están acabadas o finalizadas y por eso se puede esperar de
ellas cambios o transformaciones en la conducta. Y eso hace que el reto hacia
el futuro sea motivar en ellas los cambios, proponerles metas ambiciosas para
que su dignidad
no se quede estancada, para que
miren, a su vez, que el respeto a la dignidad de los otros, exige afán continuo
de mejorar.
La dignidad no
es algo estático, que está ahí en cada uno y que se reconoce y nada más.
Desde
el momento en que el ser humano puede más y va siempre a más en términos de
crecimiento, su dignidad madura, alcanza nuevas dimensiones.
A
pesar de las afirmaciones contundentes sobre la primacía del respeto a la vida
y a la dignidad humana que hacen los estados
y las organizaciones en todo el mundo, hoy como nunca se atenta contra
la dignidad humana en las formas más violentas y agresivas así como en formas
sutiles y disimuladas, amenazando con degradar esa dignidad, con rebajarla y
atropellarla.
Dignidad y
trabajo
Todo
lo que tiene que ver con el trabajo, va de la mano con la dignidad de la
persona, porque a través de él se construye esa dignidad y en su ejercicio se
revelan muchas de las dimensiones prácticas del reconocimiento de la dignidad
humana (derecho al empleo, al salario justo, a la seguridad social, etc.). A
nivel de las organizaciones se presentan enormes vacíos especialmente en las
condiciones en que se ejerce el trabajo, que no permiten a las personas llevar
una vida digna o por hallarse en condiciones de explotación e injusticia.
Además,
un trabajo que no contribuya a la calidad de vida de la persona, atenta contra
su dignidad porque tiende a envilecerla. Si no queda tiempo, por ejemplo, más
que para trabajar, se impide que la persona se enriquezca a
través del descanso,
del deporte, de la cultura o del civismo. Por eso el trabajo está al
servicio de la dignidad, no al revés, lo cual llevaría a un grave desenfoque en
quien dirige una institución.
Pero
si miramos hacia adentro, no hacia
afuera, el gran patrimonio que hay que defender
y enriquecer es
la dignidad humana. Es un buen indicador
que exista una mayor sensibilidad ante la violación de los derechos humanos.
Pero mucho mejor que nos adelantemos a crear una cultura de valores en la que
afiance el respeto a esa dignidad y erradique actitudes de atropello, de prepotencia
y de humillación que se dan ahí donde la persona y sus fines no son lo primero.
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