Jorge Yarce
A
todos nos corresponde, en posiciones de liderazgo, directivas u operativas,
trabajar porque la confianza sea un valor dominante y en ascenso
en las relaciones
interpersonales, profesionales y en la vida familiar y social.
Muchos
de los problemas que hoy se viven en hogares, en los centros educativos, en las
empresas e instituciones, y demás grupos sociales, y en la política y el
Estado, provienen en último término de
la falta de confianza de quienes pertenecen a uno de
esos ámbitos o a varios de ellos.
La
restauración del tejido social depende mucho de que se recupere la confianza en
las instituciones que, a su vez, depende de la confianza en
quienes las dirigen
o de quienes están al mismo
nivel dentro de ellas.
La
quiebra de la confianza tiene que ver, muchas veces, con la falta de coherencia
con la misión institucional o personal, con la falta de ejemplaridad o con
fenómenos de corrupción. Por aquello de que los valores actúan como un sistema
de vasos comunicantes, que cuando se abren paso los antivalores, se afecta el
nivel de todos aquellos.
También
tiene una relación muy directa con la forma como se vive la libertad personal.
Si yo la entiendo como un andar a mi aire, es decir, pensando en todo aquello
que me facilita mi propia acción y progreso, sin importarme lo que le pase a
los demás, mi confianza se apoyará más en mi propio criterio personal y en
hacer las cosas por mi cuenta.
En
cambio, si entiendo y vivo la libertad personal, no
sólo como la
capacidad de elegir, sino de
comprometerme con los demás, entonces comprenderé mejor que la confianza es
fruto de una credibilidad compartida, de una fe depositada en que el otro es
capaz pero me necesita y yo a él. Incluso –si es jefe- me necesita para hacer
efectiva su autoridad, si él, a la vez, entiende que el ejercicio de la
autoridad va dirigido a hacer crecer a la persona que obedece a ella, no
solamente a someterla a una orden o mandato.
En
un clima de confianza se sienten los lazos de dependencia pero no se hacen
molestos como ocurre en un clima de desconfianza. Es la fuerza positiva de la
interdependencia humana como un nivel superior a la independencia. Para que
ella sea auténtica se necesita de la
responsabilidad personal, del sentido de pertenencia e identidad y de una autonomía
fruto de saber
hacer las cosas bien.
Supuestos
para lograr un clima de confianza
-
La confianza es un valor que, como todos los demás valores, no se puede
imponer: se gana, se consigue, y es resultado de fomentarla siempre.
-
Parafraseando a un autor clásico de la lengua castellana (San Juan de la Cruz),
podríamos decir: “Ponga confianza donde no hay confianza y obtendrá confianza”
-
Las relaciones en la empresa deben estar basadas en la confianza para que
realmente exista un clima de trabajo satisfactorio para directivos y empleados.
-
Es mejor dar confianza que pedirla, como sucede con la libertad responsable:
para que exista la responsabilidad tengo que conceder primero libertad. Es
preferible concederla y ser defraudado, que dejar que predominen la falta de
confianza o la desconfianza en las relaciones laborales.
Efectos de la
confianza:
1. Es fuente que potencia la energía
colectiva
2. Favorece el rendimiento y la
satisfacción.
3. Multiplica el poder del ejemplo.
4. Produce afán explícito por
corresponder a ella y a las expectativas que se tienen sobre el trabajo de cada
uno de los que confían.
5. Aumenta el respeto entre los
compañeros y en relación con los jefes.
6. Las personas tienden a mostrarse como
son, naturalmente, no en función del cargo, sino de la misión.
7.
Los defectos y
errores personales se miran con una óptica de comprensión y de
ayuda al otro a remediarlos.
8. Aumenta la autorresponsabilidad.
9. La necesidad de seguridad encuentra
una respuesta de doble vía.
10. La autoridad es más servicio y
prestigio que mando coactivo.
Es
un valor que requiere aprendizaje permanente y corrección habitual del rumbo.
Hay que estar alertas a manifestaciones que la deterioran: acostumbrarse a las
funciones, descuido de detalles de cortesía, olvido en dar el reconocimiento a
la labor bien hecha,
Hay
que estar en contacto frecuente con las personas, interesarse por sus cosas, no
solamente las que tienen que ver con el trabajo, tomar medidas cuando se reiteran
errores de todos conocidos, etc.
Por
parte del líder, la confianza demanda:
1.
Conciencia de que
para contar con la
gente hay que tenerla primero en la cabeza y el corazón.
2. Apreciar y reconocer el trabajo de
cada uno.
3. Conocer bien aquello sobre lo que se
manda.
4. Exigirse primero a sí mismo que a los
demás.
5. Asumir siempre la responsabilidad
ante el grupo o equipo y ante los jefes del nivel superior. No justificarse
culpando al grupo.
6. Tener control emocional para no
volverse reactivo en contacto con gente problemática.
7. Saber juzgar el rendimiento de los
subordinados o colaboradores en concordancia con los objetivos y metas.
8.
Asegurarse de que
cuenten con los medios de trabajo necesarios para
desempeñar su tarea.
9. Conseguir resultados y relacionarlos
con el trabajo del grupo.
10. Actuar con criterio, tomando las
decisiones necesarias.
Quien
brinda confianza, o quien deposita la confianza en otro, sabe que siempre ronda
el riesgo de perderla, de dar pasos en falso que generan desconfianza. Por eso
es bueno que ambas partes se conozcan muy bien y conozcan bien dónde radica esa
confianza, para que no se vaya a afectar por culpa de uno de los dos. Es decir,
que haya la capacidad de corrección mutua que evite crear vacíos
de confianza o
terrenos de nadie, en
los que no
se sabe qué
puede pasar.
La
confianza, columna vertebral de las relaciones humanas
Para
que ello se de, es necesario que se conjuguen una serie de actitudes y valores
en la conducta:
1. Sentido de igualdad humana dentro de
la diferencia de cargos, preparación, experiencia, oportunidades o
capacitación.
2. Proximidad de unos a otros: que no
exista una distancia proveniente de la arrogancia o de la prepotencia, ni
tampoco de la frialdad o sequedad en el trato.
3. Disponibilidad para la colaboración
por parte de todos.
4. Asertividad en la comunicación: que
no se diga por escrito lo que sería mejor decir de viva voz y personalmente.
5. Que todo el mundo sepa decir NO
cuando toca.
6.
El trato amistoso
guarda un equilibrio entre la familiaridad y la
autoridad formal que se atiene a lo previsto y mandado.
7. Darse a conocer sin temor al qué
dirán. Que los demás sepan lo que pensamos y conozcan como somos
8. Discreción para mantener en reserva
aquellas cosas que, fruto, de la confianza, se depositan en alguien.
9. La confianza va unida a la paciencia
para sembrarla en las relaciones entre personas y que vaya dando sus frutos poco
a poco.
10.
Hay que conocer
a la gente
en su ambiente propio de trabajo.
No dirigirla o tratarla sólo desde
nuestro puesto de trabajo.
Confianza de
la institución en uno y de uno en la institución
La confianza
en la institución
está en relación directa con la
confianza de ella en las personas. Sin
necesidad de entrar en dilemas sobre cuál de ellas debe darse primera, lo
cierto es que es siempre primero un valor personal, pero respecto de los que
llegan a la institución, si encuentran en ella un clima de confianza que viene
de atrás, basado en los valores, principios y creencias que se han vivido, será
más fácil que conecten con esa tradición.
Nada
tiene que ver la confianza con el paternalismo. Hay empresas que se precian de
tener aire de familia, lo cual no es criticable, pero si en ese aire de familia
lo que dominan son unas costumbres paternalistas, sería mejor remplazarlo por
un “aire institucional” regido por relaciones de justicia y equidad y por una
autoridad que se ejerce muy distinto
a la de
un padre de familia en el hogar.
Mientras
el padre de familia tiene que tratar de modo desigual a los hijos que son
desiguales, el directivo de una organización tiene que tratar de modo igual a
quienes son desiguales, o sea
mantener las mismas reglas del juego para todos, las
mismas normas de acogida y respeto, sin discriminaciones, el mismo trato
cordial, con independencia del cargo o función que desempeñe la persona, de la
edad o sexo u opiniones ideológicas.
Conviene
recordar que la confianza no se opone a la toma de medidas que pueden resultar
impopulares a la mayoría. Quien ejerce posición de mando sabe que debe tomar
esas decisiones por el bien de todos y por el bien de todos o de determinada
área, con independencia de sus intereses personales o de sus afectos.
La
confianza en la institución va más allá de la confianza en una persona, de la
que depende por ejemplo nuestro trabajo. La institución es una comunidad de
personas que tiene un bien común superior a cada una de ellas en particular y
tiene una cultura que se apoya en una visión de la persona, del trabajo, de la
estructura formal de la organización, de su clima organizacional, de su
contexto sociológico y de sus valores.
La
cultura corporativa construida sobre la confianza se convierte en pantalla
protectora de las personas y en motor impulsor de su actividad y su desarrollo.
No puede ser, por tanto, ajena a ella, la suerte de cada uno de sus miembros.
El verdadero
liderazgo y la
auténtica dirección consisten en orientar a las personas, velar por su
crecimiento y darles los medios para que su respuesta sea cada vez más
eficiente en términos de resultados y de satisfacción para ellas.
La
confianza en cada miembro no es
sólo permitirle su adecuado desenvolvimiento laboral, sino crear el
soporte para generar procesos de delegación, de autogestión, de empoderamiento
y autorresponsabilidad, valores muy unidos a esos procesos.
La
confianza puede convertirse así en uno de los pilares del sistema humano de la
institución, aquel que contando con las estructuras formales (administrativas,
técnicas, operativas, económicas, etc.) es el que la impulsa a sus metas porque
cuenta con toda la vitalidad informal: liderazgo, búsqueda de la excelencia,
inteligencia emocional y sentido del trabajo, movido por la fuerza de los valores, sobre todo aquellos más
vecinos a la confianza: credibilidad, seguridad, lealtad, ejemplaridad, sinceridad, responsabilidad y amistad.
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