Jorge
Yarce
Firmeza
o fuerza de ánimo que permite a la persona superar dificultades, temores y
adversidades presentes y afrontar riesgos en el futuro.
Se
puede ser muy fuerte físicamente y muy débil interiormente. A veces, junto a
una gran fortaleza física se evidencia una flojera habitual: todo se vuelve
cuesta arriba, aburrido, todo cansa y se busca el lado fácil de las cosas,
evitando afrontar problemas y tomar decisiones. A este tipo de personas les
domina la pereza o la mediocridad.
La
fortaleza significa firmeza de ánimo, energía, voluntad y carácter para hacer
las cosas. En ese
sentido tiene que
ver con todos los demás valores.
Pero también mira a saber afrontar los problemas y dificultades y a superarlos
y no desistir en el esfuerzo por mantener los objetivos logrados.
Todos
tenemos una buena reserva de energías que, bien encausadas, nos llevan a
emprender, a mostrar en el trabajo de lo que somos capaces, lo que nos hace
profesionales, o sea, personas con una dedicación seria y permanente a una
labor productiva que busca resultados económicos y de orden
personal y social. Cuando vienen las dificultades, este tipo de personas ya
están preparadas para afrontarlas.
La
persona fuerte se manifiesta de modo especial ante la dificultad imprevista o
repentina, porque no hay mucho tiempo de reflexionar y madurar una decisión. No
es fuerte quien ante un imprevisto escurre el bulto o simplemente esgrime que
ya cumplió su horario. El temor a fracasar y el desánimo provienen muchas veces
de la falta de sacrificio, y de dejar que la imaginación invente problemas
que en realidad
no existen, o al menos no tienen el tamaño que queremos darles
en determinados momentos. Muy
cercano al temor esté el respeto humano, no actuar por el qué dirán, que lleva
a no hacer las cosas como se debe. En el otro extremo está la temeridad que no
sabe valorar las dificultades y se lanza a actuar con alto riesgo de
equivocarse.
Es
parte de la fortaleza saber aceptar los propios
defectos y limitaciones
pero sabiendo luchar por superarlos, por mejorar cada día un poco, apoyándose en una recta autoestima, no en la
simple compasión de sí mismo. Es fuerte quien autocontrola sus propios impulsos
y tendencias, para no dejarse arrastrar por ellos cuando tienden a
empobrecernos (escapismo, facilismo, consumismo, sólo éxito material, flojera,
abandono de los deberes contraídos, falta de compromiso, desinterés por lo
social).
Hay
que esforzarse en vencer
la apatía, la indiferencia y
la pasividad ante
lo que entraña un
cierto grado de
dificultad. Afrontar y no evadir, aprender a solucionar con criterio
propio los problemas y a no dejarse arrastrar por lo que los demás dicen y
hacen (actuar impersonalmente). Además, quien
tiene responsabilidades sobre
el trabajo de los demás y acaba adaptándose equivocadamente a sus
debilidades y caprichos cae en la alcahuetería: tolerar y permitir lo que
debería corregir y enderezar con firmeza. Se puede creer que así se gana a los
demás, pero lo que se hace es encubrirlos, causándoles daño porque el día que
se encuentren con alguien que les exija mucho no van a saber responder.
La
disciplina encauza el esfuerzo en forma sistemática y estable, con un
cumplimiento cabal y con un auto exigencia permanente.
Exige
unos hábitos regulares en el modo de hacer las cosas, seguir un horario
determinado y observar las normas o prácticas que rigen cualquier trabajo. A
esas normas hay que obedecer libremente y hay que cumplirlas siempre, no sólo
en los momentos en que nos encontramos bien o en que
sentimos que estamos
de acuerdo con ellas.
La fortaleza ayuda
a enreciar, a darle consistencia a la voluntad y al carácter.
De
modo que se aprenda igualmente a sacar provecho también de lo negativo y de la
adversidad, pues la tendencia normal es convertirlo en desgracia, poner cara de
víctima o volver un drama cosas que en realidad no dan para tanto.
El
criterio ayuda a la fortaleza con la capacidad de discernimiento de lo que se
debe hacer en cada momento y de la consideración de la mejor forma para lograr
los objetivos.
Se aprende
a distinguir bien
lo que nos motiva en el trabajo y el grado en que
cada tipo de motivación
(externa o material, interna o de satisfacción,
trascendente o de servicio) orienta nuestra conducta independientemente de
nuestros estados de ánimo o de las ganas de hacer o no hacer las cosas. Si yo
quiero, por ejemplo, despachar en el día una serie de asuntos pendientes, sé
que no puedo distraerme haciendo llamadas no necesarias, yendo de un lado para
otro deteniéndome en cosas que no tienen que ver con esos asuntos, gastando el
tiempo en conversaciones superfluas, etc. Sería una falta de criterio llegar a
una reunión para hablar de esos temas, e intervenir vivamente en la discusión
sin haberlos preparado debidamente.
La firmeza
es un valor
sinónimo de la fortaleza y compañero inseparable de
ella. No significa rigidez ni dureza al afirmar las propias convicciones, al
dar una orden o al tratar a las personas. Supone mantener una línea de acción
de acuerdo a unos principios y planes de acción establecidos, sabiendo exigirse
y exigir a cada uno lo que se espera de
él o de
ella en su
trabajo. Si no hay
firmeza −no sólo de carácter− en el cumplimiento de los deberes, se cae en la
debilidad. Se debilita el sentido de responsabilidad y se debilita la
autoridad.
La
fortaleza se manifiesta en la decisión, vital en la conducta personal porque
cada día hay que tomar decisiones, fruto de un proceso de deliberación por
parte del entendimiento y de aceptación de la voluntad.
Con
la decisión, en cada caso, se actúa y se entrelazan varias
acciones, pero lo importante es que, una vez tomada, haya
compromiso con lo decidido. De lo contrario, las cosas se quedan en promesas o
en palabras vacías, en falta de coherencia entre lo que se dice o se manda y lo
que se hace o se logra del trabajo de los colaboradores.
Al
decidir, la persona se está diciendo a sí misma: “quiero esto,
hoy y ahora,
y me pongo manos a la obra para
sacarlo adelante, sin dilaciones o aplazamientos”. La persona acostumbrada a
tomar buenas decisiones es capaz de formular propósitos adecuados, es decir se
compromete de cara al futuro para hacer
algo, para mantener
unos determinados valores, para no variar su conducta ante las
dificultades que surgen.
No
decidir a tiempo, no ayudar a los demás que dependan de nosotros con decisiones
claras y oportunas, es dar cabida a la imprudencia, a esa forma de actuar sin
darse cuenta de las
consecuencias que puede tener una decisión improvisada o no
consultada con quien debe consultarse, o no madurada a través del estudio o la
reflexión. El imprudente no sabe elegir los medios adecuados para lograr un fin
y por eso contribuye a la ineficacia de los demás.
La
persona indecisa crea en torno a ella inseguridad e incertidumbre. No se sabe
por dónde va a salir, no sabe exactamente lo que quiere hacer ni se pone a
hacerlo una vez que lo ve claro. Acude mucho a las disculpas y está empezando
una y otra vez, lo cual es señal de inconstancia o de falta de perseverancia
(hacer las cosas bien y obrar correctamente a lo largo del tiempo, a pesar de las
dificultades). Precisamente la constancia
ayuda a fortalecer
la voluntad para mantenerse firme
en el esfuerzo y en los logros aunque existan obstáculos y dificultades
(ambiente, escasez de medios, incomprensiones, etc.)
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