Jorge
Yarce
La
templanza implica el disfrute moderado, acorde con la razón y con los fines
humanos, de los placeres sensibles. Por
extensión, se puede aplicar al uso de todo aquello que se tiene o posee. Está
en estrecha relación con la austeridad de vida.
Este
valor adquiere una importancia sobresaliente en una sociedad en la que hay, por
una parte, un constante bombardeo de sensualidad por
todos los medios: cine, radio, televisión, Internet,
publicidad y en todas partes. En las calles, en los parques, en los kioscos de
las esquinas, en el modo de vestir, en la música, etc. Hay un erotismo que parece estar
en el ambiente como las bacterias o los virus.
La
explotación descarada de la sensualidad y de la sexualidad se hace en todas las
formas posibles, de modo que la persona no tiene prácticamente tranquilidad a
ese respecto. Y por otra parte, el consumismo es agresivo: todo incita a gastar
y el modelo de vida está vinculado al éxito económico y al disfrute de una
posición que implica poseer determinadas cosas que son sinónimo de status y de
imagen.
El
erotismo y la sensualidad desbordada comprometen la libertad humana, la
limitan. La exaltación de los sentidos
aniquila muchas fuerzas, debilita la voluntad y el cultivo de los
valores espirituales. Dicho en frase de Thibon “El culto al cuerpo entraña un
desprecio del alma”. En cambio, con el dominio de las pasiones, el hombre
purifica su libertad, la
fortalece, la hace
capaz de renunciar a
muchas cosas incluso
lícitas, para convertirlas en fuente de de virtud.
Equilibrios
sentidos y razón
La
templanza ayuda a mantener un equilibrio
entre lo que le reclaman los sentidos −el cuerpo en general− y lo que le exige
la razón. Una cosa es la alta estima por lo corporal y otra la entrega a las
exigencias del cuerpo, lo cual lleva a un descuido de los aspectos espirituales
del ser humano que son los que gobiernan la conducta. Es posible caer en una
serie de dependencias de las cuales resulta difícil escapar dado el martilleo
constante que hay en el ambiente.
Si
no hay armonía entre lo corporal y lo espiritual la sensualidad se convierte en
una cadena que esclaviza a la persona. Y se experimenta con ella lo que ocurre
cuando jugamos con fuego, que nos marca en forma de búsqueda incesante de
experiencias del mismo tipo. Aparecen la angustia y la ansiedad, los desajustes
de la personalidad, de uno u otro tamaño psicológico. Los sentidos humanos no se
contentan con una medida razonable. Siempre quieren más. Por eso, por ejemplo,
el hombre es el ser que come más de lo necesario.
Los
medios de comunicación han contribuido a que la gente baje la guardia en el
terreno de la templanza al proclamar con sus contenidos el ejercicio de la
sexualidad sin ninguna limitación y sin valoración moral. Los medios muchas
veces justifican conductas patológicas
y éticamente erróneas.
Además de exaltar el consumismo, la vida fácil, el lujo, al paso que
desacreditan la moderación,
el desprendimiento y el sacrificio.
Dondequiera
que se proclama el bienestar material como único fin personal, allí se va
observando la decadencia moral de las costumbres. Los efectos sobre la dignidad
del amor y el
matrimonio, la integridad
de la familia y la moralidad de
las costumbres son evidentes.
Hace
siglos los describía S. Pablo en su Carta a los Romanos, en el comienzo de la
era cristiana, con palabras que adquieren hoy enorme vigencia “...se
entontecieron en sus razonamientos, viniendo a oscurecerse su insensato corazón...
Por esto los entregó
a Dios a los deseos de su corazón, a la impureza, con que deshonran sus
propios cuerpos, pues trocaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron y
sirvieron a la criatura en lugar del Creador"
En
el origen hay un rechazo de la dignidad humana y de las leyes naturales que la
rigen. Ahí está presente también la soberbia y el amor propio que pueden
llevarnos a no escoger el camino de la virtud por temor al qué dirán o a las
críticas que nos hagan por defender unos valores morales o simplemente por
tener unas convicciones sobre cómo manejar la propia vida sin dejarse arrastrar por lo que hacen los demás.
Hay que luchar
contra corriente.
El
ambiente ejerce una fuerza muy grande sobre las personas, sin duda. Pero
también es cierto que la educación en el hogar, especialmente el ejemplo de los
padres en este terreno, como en otros, es decisivo. Es muy fácil descargar la responsabilidad en
el ambiente, en los medios o en la educación. Lo primero que hay que pensar
para lograr una vivencia de la templanza es en el estilo de vida
de los padres y de
todos los que tenemos que ver con sus hijos. En la
familia se aprende antes que en ningún otro lado lo que es una vida con
templanza, lo que es la austeridad, lo que es la calidad de vida.
Moderar
las pasiones es propio de una afectividad equilibrada, que logra la armonía
y madura
efectivamente a través
del esfuerzo, de la coherencia de vida, de una autoestima y de unas
motivaciones que nos llevan a respetar nuestro cuerpo, a no caer en excesos en
la comida, en la bebida, en el uso de las cosas materiales, a fortalecer la
voluntad, a esforzarnos en superar el consumismo, utilizando el dinero y las
cosas como medio no como fines. En el fondo a demostrar con hechos que lo más
importante es que seamos, no que tengamos, o sea revisar nuestras motivaciones,
nuestro sentido de la vida, del estudio o trabajo, de la amistad, de las
relaciones sociales.
Sólo
con los valores espirituales se puede construir una vida equilibrada, sin
excesos que perjudiquen su desarrollo normal, especialmente en un mundo que es
una especie de “imperio de lo efímero” (Lipovestky), en el que la televisión o
la Internet reemplazan el diálogo, el goce de la amistad, la contemplación de
la naturaleza, el deporte, la vida en el campo, la convivencia familiar, la
auténtica vida social.
“Hombre
moderado es el que es dueño de sí mismo. Aquel en que las pasiones no consiguen
la superioridad sobre la razón, ni sobre la voluntad, ni tampoco sobre el
corazón. La templanza es indispensable para el hombre sea plenamente hombre.
Ser hombre significa respetar la dignidad propia y, por ello, entre otras
cosas, dejarse guiar por la virtud de la templanza” (Juan Pablo II).
Entre otras
cosas este valor implica, en la práctica:
1.
Hacer todo con medida, disfrutando de las cosas con naturalidad, sin
exageraciones.
2.
El cuerpo, lo sentidos y la sexualidad son un don de Dios para hay que
mirarlos siempre dentro de las reglas que le impuso Dios al hombre.
3.
No dejarse arrastrar por las modas y por lo que hacen los demás,
evitando la comodidad excesiva,
ni dejarse arrastrar por el afán
de consumir.
4.
Por tener más no se es más. De ahí la conveniencia del desprendimiento
de los bienes corporales y materiales.
5.
Tener lo necesario
y “contentarse con lo que basta
para pasar la vida sobria y templadamente” (J. Escrivá).
6. Saberse privar voluntariamente de
ciertos placeres de los sentidos para fortalecer la voluntad
Los
padres en el hogar ayudan a los hijos desde muy pequeños a valorar la templanza
y lo que ella supone, con base en el ejemplo que les dan. Y los educadores
debemos vincular este valor a muchos aspectos de la enseñanza, mostrando que no
se trata de pensar en lo
que no se
debe hacer tanto como en lo que se puede y debe hacer:
llevar un estilo de vida sobrio, sereno, equilibrado, que sabe conjugar la
posesión de las cosas y el cuidado del cuerpo y de la salud con la atención a
los aspectos espirituales.
Una
vida sobria, austera, templada tiene una fuerza y un atractivo especiales.
Además, a la templanza la acompañan
siempre dos valores de
especial significación: la
modestia, ese saber estar en el sitio
que a uno le corresponde, y el pudor, que sabe proteger la intimidad personal
sin exponerla imprudentemente a la mirada ajena. Concluyamos con
un sabio consejo: “Buscad lo suficiente, buscad lo que
basta. Y no queráis más. Lo demás es agobio, no alivio; apesadumbra,
no levanta” (S. Agustín).
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