LIDERAZGO CON VALORES: RETO DE LA FAMILIA Y EL COLEGIO

Jorge Yarce

La sociedad ponceña y la del país espera de las familias y del colegio del Sagrado Corazón que sean hoy en día para esta sociedad mundos abiertos   y   comunicativos   que   ejerzan   un liderazgo social basado en valores, para que sean no sólo refugios afectivos para los hijos sino que ejerzan una influencia formativa y orientadora tan eficaz que lo puedan comprobar las demás familias y el medio social en que se desenvuelven.






Familias auténticas que sean faros encendidos que den sentido a la vida de las personas que las integran. Lo primero que nuestros padres deben preguntarse es el lugar que la familia ocupa efectivamente en su corazón y  en sus acciones y mirar la cantidad y calidad del tiempo que dedican a sus hijos.





Si eso existe, el liderazgo como influencia positiva orientadora y motivadora ejemplar para sus hijos es viable. Un liderazgo en el que los valores, puestos en práctica libremente, atractivamente,     hagan  de   las   familias   del Colegio y del mismo Colegio auténticos motores de cambio persona, familiar y social y de elevación   de   la   calidad   de   vida      de   sus miembros y del entorno social, especialmente de los menos favorecidos, de los más pobres..





1.    Un desafío urgente




Qué importante resulta para el Colegio del Sagrado Corazón llegar a esta fecha conmemorativa con un bagaje tan claro y tan consistente en su aporte a la sociedad ponceña y a Puerto Rico.





Decenas de miles de personas se han formado en esta comunidad educativa a lo largo de casi un siglo. Ellos, simplemente, no han pasado por el Colegio sino, lo que es mucho más decisivo, el Colegio ha pasado por sus vidas, dejando una impronta valiosa, definitiva muchas veces en el camino de sus existencias y en la de sus familias.





Y qué mejor celebración que dedicar unas horas padres, directivos, profesores, alumnos, exalumnos y personal no docente  ha reflexionar con optimismo en un liderazgo basado en valores y apoyado en los principios de vida y en las prácticas educativas, en la experiencia y en la entrega generosa de directivos, docentes, padres y estudiantes que durante estas décadas pasadas han construido lo que hoy es esta institución, orgullo para la sociedad local y nacional.





Sería más fácil quedarnos encerrados cada uno en su familia o aquí en el colegio como si fueran unos refugios, a la defensiva, cuando en realidad lo que la sociedad requiere hoy son familias y colegios abiertos, que proyecten sus valores a las demás familias y a los demás colegios y escuelas de esta ciudad y del país. Ese liderazgo es una influencia positiva que arranca del ejemplo de los padres de familia que secundando la tarea del centro educativo, se convierte en una onda expansiva para hacer de sus hogares ámbitos de calidad de vida y de formación auténtica, haciendo de la familia un motor de cambio, generador de valores para sus miembros y para el medio social.





Entendemos aquí el liderazgo como la capacidad de influir (motivar, actuar, organizar, orientar y dirigir) para que las personas logren la calidad de vida  y  para  que  contribuyan  a  la  sociedad  de modo que ésta sea más acorde con las necesidades de convivencia, de paz, de justicia y de solidaridad entre quienes la componen.





El liderazgo se hace, se construye en cada uno, a través de la excelencia personal. La construcción  del  liderazgo  es  tarea  ardua  y tenaz, pero la sociedad lo necesita y el lugar donde comienza es la familia, cada familia que se constituye en un metro de patria vivo, actuante, núcleo de vida y de felicidad.





El problema de la sociedad actual no es de líderes carismáticos, de maquinistas para la locomotora que mueve la sociedad, sino de vías para el  tren (buenas bases)  y  de  agujas  (los líderes) que señalan su dirección correcta y lo conducen a la meta fijada de antemano.





Frente a los padres de familia que huyen tras sus  objetivos  personales  al   margen   de   su familia, aquí están los padres que quieren poner sus objetivos personales al servicio de sus familias,  y  quienes  están  dispuestos  a sacrificarse por ellas porque esa es la gran empresa de sus vidas, el “negocio” en el que no se puede perder. Y aquí están los directivos y profesores que saben que entregan lo mejor de sus vidas a formar los hijos que construirán el futuro de la nación.






El liderazgo que les proponemos es creativo, innovador, asertivo, proactivo, arriesgado, que lleva a soñar con los ojos despiertos, en una nueva   familia y en un colegio, no inventados desde cero sino renovados en su forma de educar y de desenvolverse en la sociedad.






Estamos aquí no para lamentarnos de los problemas de la familia o del colegio hoy sino para buscar soluciones positiva, esperanzadamente. Para repensar con “coraje” (eso es uno de los valores de las personas líderes) el papel de la educación en la sociedad actual y cómo debe ser en la familia y en los centros educativos la formación de los hijos. Cómo convertirlos en ambientes propicios para el desarrollo de las personas, física, intelectual, afectiva y espiritualmente,  donde  crezcan  con  calidad  de vida y sentido del compromiso con los demás y con el bien común de su país.





Pensemos  en  un  cambio  cuyas  raíces  más hondas están en el espíritu de cada persona, en lo que la hace capaz de cosas grandes o de cosas envilecedoras, dependiendo de los fines que se proponga. Es verdad que fuera de la familia, percibimos muchas veces una fuerza arrolladora que la hace tambalear, pero percibimos igualmente la capacidad de bien que hay en cada uno de nosotros y la posibilidad de contribuir a propósitos colectivos, partiendo precisamente de la familia, para restaurar el tejido social.





Si hacemos un poquito de “arqueología de la familia” (Jacinto Choza), de búsqueda en los orígenes de la familia, nos encontramos con que ella es un designio de Dios: “No es bueno que el hombre esté solo, hagámosle una ayuda semejante a él” (Génesis 2, 18). Esa soledad del hombre sólo se puede llenar con el cumplimiento de aquél mandato divino: “¡Creced y multiplicaos y llenad la tierra y dominadla!”





Es  decir,  estamos  ante  el  origen  de  la  familia unido a la fecundidad, a los hijos, y así de generación en generación. De la arqueología de la familia,  se pasa en realidad a la filosofía y a la teología  de  la  familia,  a  su     trascendencia personal y social, es decir a su estructura natural como   ámbito   esencial   para   la   vida   de   las personas y al designio divino sobre ella, que es ni más ni menos que hacer posible la búsqueda de la felicidad.





“Dios vio que lo que había hecho era bueno” dice la Escritura. Como quien dice le imprimió el sello de calidad. Esa unidad original   y originaria de todas las familias no basta en sí misma: hay que hacerla realidad día a día. Es una aspiración a una plenitud que sólo se alcanza por pasos, poco a poco, no de un solo golpe, y libremente. Porque así lo quiso Dios también, que respecto del hombre dice que: “lo creó y lo dejó en manos de su  libre  albedrío”,  de  su  decisión  y responsabilidad: “Delante de él están la vida y la muerte y a él le toca elegir”.





A los hijos se les educa para eso, para que sepan manejar su propia vida, para que salgan de la casa no con las manos llenas de cosas, sino con criterio, con la huella en sus vidas de unos valores comunicados con el ejemplo, cuyas raíces son, desde el punto de vista ético, unos principios valederos para su caminar: buscar hacer el bien y evitar el mal, respetar la dignidad esencial de toda persona, comprometerse y cumplir lo prometido, amar el trabajo, participar en los destinos de la sociedad, etc.





2. Volver a las raíces



Cuando los problemas dentro de la familia se presentan, sería bueno no olvidar el origen, el diseño original, para recordar que el problema no es la institución sino nosotros mismos, que no respondemos o no estamos a la altura de lo que ella exige o que no estamos siendo fieles a los principios esenciales. Y lo mismo ocurre en el colegio, esa familia que la constituye la entera comunidad escolar





Porque “la familia no es una simple invención del hombre para alcanzar cierta meta, ni    es susceptible de ser reinventada o reformulada para el logro de su objetivo. Si, como suponen algunos, la familia sólo fuera un convencionalismo social, habría desaparecido hace mucho tiempo, al igual que las microindustrias o las pequeñas explotaciones agrícolas, como víctima inevitable de las tendencias de la vida moderna hacia el individualismo y la racionalización”. (James Wilson).





Necesitamos todos repensar con creatividad la familia con base en que “posee y comunica todavía energías formidables, capaces de sacar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente de su dignidad personal, de enriquecerlo con profunda humanidad y de insertarlo activamente con su unidad e irrepetibilidad en el tejido social” (Juan Pablo II).





Cuando el hombre hace suyo el   plan original sobre la familia, cuando el hogar es el fuego para el altar con el que el hombre busca a diario el sentido de su vida y de su felicidad, la familia es una muralla contra la que chocan las fuerzas que   la disgregan o desunen, especialmente el ansia frenética de libertad sin compromiso o el individualismo consumista. La familia que se construye con un amor generoso convierte el yo, el tu y el él, en un nosotros.





Las cosas no son tan en blanco y negro como antes.  Hay  variaciones,  situaciones,  matices, que se deben contemplar Hay que contar – normalmente- dentro de la cultura del trabajo, signo de la época, con el trabajo de la mujer, lo cual   no   significa   desvaloración   de   la   vida familiar, y con que la atención a los hijos es un deber compartido.





Por poner otro ejemplo, la autoridad no es “aquí mando yo y ustedes obedecen”, sino “hay que ir con el ejemplo por delante” y pasar de la autoridad-poder  a  la  autoridad-servicio  y prestigio ante los hijos o ante los alumnos. Los déspotas –ellos o ellas- están condenados a la soledad y a que nadie les haga caso.





Esta nueva sensibilidad nos indica que la orientación hacia la calidad de vida de la familia es clara. El padre proveedor y la madre criadora no bastan. La calidad total que se pide en las empresas es necesidad perentoria en los hogares. En el medio empresarial se dice que el cliente es lo primero. En el medio familiar hay unos “clientes” cada vez más exigentes. O se les atiende bien o se les pierde de vista o del todo.



La diferencia es un punto más de la nueva sensibilidad en la familia. Cada persona en su papel, ahí es necesaria. Cada persona con su talento, sus cualidades y sus defectos requiere aceptación de los demás. Que no quiere decir conformismo con los defectos sino pluralidad y por ello trato diferente a los hijos que son de por si diferentes.





Desde el valor de cada uno se estructura la convivencia, en la que se demuestra que los seres humanos somos complementarios, que somos unos para otros, que estamos para ayudarnos, para perfeccionarnos mutuamente, para servirnos y para sumar entre sí no para restar. Eso nos abre a la solidaridad, que es otra de las grandes tendencias de nuestra época. Ni las personas, ni las familias, ni las empresas, ni las sociedades se salvan o se pierden solas.






3.Familia y colegio, motores de cambio



Es decisivo que la familia y la escuela abran la mente  y  el  corazón  de  los  jóvenes  para  que vivan y sientan los problemas de los demás: su hambre, su pobreza, su desempleo, su dolor, su tristeza,   la   violencia   que   padecen   o   que cometen. Para eso es muy importante el clima de fortaleza afectiva que exista en la familia y su vivencia  de  los  valores  éticos.  Así  la  familia podrá ser para los hijos raíz de la solidaridad y “unidad primaria de acción social” (Alejandro Llano).






Se educa de verdad cuando más que un cúmulo de  conocimientos,  se  busca  que  la  persona tenga convicciones y las comunique haciéndolas vida. Hay algo fundamental que no se comunica de acuerdo con los medios de que se disponga –me refiero a los medios materiales y técnicos en general– ni con la más revolucionaria de las metodologías en boga.




Ese algo es la vida vivida, cuyo núcleo son los principios y los valores, el enseñar a servir con el testimonio del ejemplo y, sobre todo, con el de una tarea que supera el estrecho mundo del yo, de los intereses individualistas, para poder enseñar a convivir, a compartir la vida. Sembremos de esperanza el camino que vamos a recorrer,   lanzándonos hacia allá con mente  abierta y corazón generoso. El futuro será de quien sepa para dónde va y de quien ponga los medios adecuados para alcanzar la meta.




Decía que hay que convertir las familias y los colegios en mundos abiertos y comunicativos de valores. Que dejen de ser sólo refugio afectivo y se conviertan en motor de cambio: Así serán un faro encendido que mantiene en alto el sentido de la vida de las personas que la integran y que da sentido a la sociedad de la que forma parte esencial. Y lo serán en la medida en que el entramado de relaciones sea de calidad, en la medida en que predomine el espíritu de servicio sobre la comodidad, el diálogo total sobre los silencios pasivos o sobre la agresividad en la defensa de los intereses individuales.





Para afrontar el futuro con optimismo necesitan una virtud fundamental: fidelidad, garantía con la que se enfrenta la corrosión del tiempo, que da la impresión que lo devora todo, como ocurría con los hijos de Cronos en la mitología griega. Y necesitan tiempo en cantidad y en calidad, porque decir que se dedica poco tiempo pero de mucha calidad es una manera de disculpar la falta de dedicación a los hijos o a los alumnos

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Y esa fidelidad “se nutre de la fe, no sólo de la fe en Dios sino también de la fe en otra persona, aceptándola como ella es. Se alimenta de la esperanza de que el camino común lleve a la meta. Se nutre del amor, para el que ningún camino es demasiado lejano, ninguna montaña demasiado empinada, y ningún abismo de la debilidad humana demasiado profundo” (Liminski).





Hay que construir  la familia y el colegio sobre el terreno sólido del amor, de las convicciones y del  ejemplo hecho vida, del  predominio  en  la conducta del servicio y la donación: “La familia es –más que cualquier otra realidad social– el ambiente en que el hombre puede vivir ‘por sí mismo’ a través de la entrega sincera de sí” (J. Pablo II, Carta a las Familias, 11). Y esa entrega de sí “es posible por un bien concebido y amado como bien común (Raschini).



“Los padres (y los maestros, añadimos) educan fundamentalmente con su conducta. Lo que los hijos y las hijas buscan en su padre o en su madre (o en sus maestros) no son sólo unos conocimientos  más  amplios  que  los  suyos  o unos  consejos  más  o  menos  acertados,  sino algo de mayor categoría: un testimonio del valor y del sentido de la vida encarnado en una existencia concreta, confirmado en las diversas circunstancias y situaciones que suceden a los largo de los años” (Josemaría Escrivá).





4. Liderazgo basado en valores


Personalmente  pienso  que  una  visión  integral del liderazgo implica concebirlo unido a los valores. Si no, al liderazgo hay que empezar a ponerle apellidos: liderazgo positivo o negativo, liderazgo bueno o malo, liderazgo constructivo o destructivo, etc. Tenemos que empezar a hacer malabarismos y terminamos poniendo en la misma banca a Hitler, a la Madre Teresa de Calcuta, a Pablo Escobar, a Nelson Mandela. Todos ellos según esa forma de ver las cosas son líderes. Si hay quien quiera seguir pensando así  que  lo  haga  con  toda  libertad  pero  yo prefiero decirles lo que sinceramente pienso.





Si el liderazgo es la capacidad de influir en otros para motivar, orientar, actuar, organizar, con miras al logro de los fines del grupo y de las personas que lo integran, eso sólo es posible si pensamos que esos fines son la felicidad, el logro, el bien, la madurez, los resultados y el cumplimiento de los objetivos propuestos que tienden al perfeccionamiento de las personas y de los grupos no a su deterioro o destrucción.





Pensemos en las familias, y en el colegio, en ustedes ejerciendo ese liderazgo para bien de sus hijos y alumnos y nos daremos cuenta de que sólo se puede ejercer con los valores que ustedes poseen y buscando  que  ellos  tengan valores   que   los   hagan   mejores   personas, mejores hijos, mejores, estudiantes, mejores amigos, mejores ciudadanos.





Los  padres  y  profesores  están  llamados  a ejercer su autoridad pero habría que pensar en dos aspectos importantes. Uno, esa autoridad no es dominio, ni poder por que sí, ni manipulación. Es autoridad-servicio y autoridad- prestigio ante ellos, ganada con el ejemplo y con la paciente tarea de ayudarles a desarrollarse como personas, exigiendo determinadas metas.





La palabra autoridad viene del latín augere “ayudar a crecer”. Y hoy en día parece que resulta más viable lograrlo por la vía de la persuasión que la imposición y eso es lo que hace un padre o un educador: lograr que   los hijos o los alumnos lo sigan libremente porque se dan cuenta de que siguiéndolo consiguen lo  que quieren y antes han sido ayudados a que sepan muy bien lo que quieren ser en la vida y cómo lograrlo.





Es una autoridad para desarrollar un potencial que tienen los hijos. Los padres han sido llamados a llenar ese vaso delicado y valioso, a no   dejarles   solos,   a   no   encubrirlos,   a   no hacerlos sentir mal, a decirles ciertas cosas para su bien y a ayudarles a cambiar. Si no lo hacen, responderán en el futuro ante ellos de posibles fracasos  por  sobreprotección,  por  descuido  o por falta de preparación.





Es verdad que ya los muchachos no miran tanto a los “héroes” o personajes históricos, que encarnaban  el  liderazgo  en  su  sentido tradicional  y  los  han  reemplazado  por  sus héroes de ficción o de carne y hueso de los realities, de las telenovelas o de las películas, del deporte o de la farándula.





Lo cual no quiere decir que ellos no sigan necesitando y no miren a esos héroes de la vida corriente, que están a su lado −padres, profesores, amigos− y que encarnan valores dignos de ser imitados. Podríamos denominarlo liderazgo del carácter y de la ejemplaridad.





Los padres pueden ayudar a los hijos absolver sus dudas sobre lo que ven a su alrededor y que supone para ellos, crisis, ambigüedad de conductas, o dilemas. A veces ellos no saben si vivir como piensan o pensar como viven. Porque los arrastra la moda, lo que hacen los demás, la falta de ejemplo o de claridad ética, el consumismo, el utilitarismo o el relativismo.





Es muy fuerte el imperio de lo superfluo, de lo que pudiéramos llamar la presión de la triple P: Plata, poder y placer. Y más si miramos al contagio  masivo  de  antivalores  impulsado  por los medios de comunicación. El liderazgo de los padres y profesores cuenta con una base formidable de energías, procedente de la familia misma, que entrelaza las fuerzas del amor humano en forma creadora. La herencia cuenta, pero también el ambiente y el aprendizaje tanto en el hogar como en el colegio.




Para que el aprendizaje de valores se de, hace falta que quienes los enseñan procuren vivirlos en intensidad, con sinceridad de vida. No quiere decir que se convierten modelos glaciales para sus hijos o en guardianes de lo que ellos no deben   hacer.   Deben   ser   modelos   vivos   y amables, sugerentes y animantes, que actúan con  una  pedagogía  afirmativa  para  compartir con ellos el arte de vivir bien, o sea la Ética como forma de vida para encontrar el sentido de la vida y ser felices.





Los padres y profesores educan con la vida, con lo que ellos son y con el ejemplo, no con presentarse como dueños de los valores o de la verdad,   con   enseñarles   a   colocar   últimas piedras en su vida, no a estar siempre empezando, con ayudarles a ser muy realistas (conocerse bien y conocer bien el ambiente que les rodea), a ser optimistas y a estar dispuestos al esfuerzo permanente por sacar adelante sus metas.





Su hubiera que ponerle un sola palabra al resultado de la tarea sería: “Hábitos”: lograr que los hijos tengan hábitos buenos, hábitos de vida, valores encarnados establemente, que es lo mismo que decir que adquieran virtudes: como fruto de una libre aspiración, de una libre motivación, de una libre búsqueda y de una libre lucha por ser mejores cada día. Si pensamos en el papel activo de los padres en la educación que reciben los hijos en el colegio, ahí nos encontramos con otra tarea no sólo indelegable sino exigente porque no se pueden limitar a matricularlos y recoger las calificaciones y a una que otra reunión de padres. Puede ocurrir que uno piense que las circunstancias son las más difíciles,  las  menos  oportunas,  que  para  eso sería mejor pensar en otra época.




Pero, como afirma Dickens “el peor momento es el mejor momento”. Esta es la época en la que nos ha tocado vivir y en la que debemos dar un giro copernicano a la crisis de la sociedad. Esto es lo propio de los líderes: asumir la responsabilidad cuando otros huyen de la tarea, por cobardía, por temor o por intimidación. Esto es liderazgo.




Con la ambición suprema de conseguir un futuro mucho mejor para los hijos y para los hijos de sus hijos, y con una fe en Dios, que ojalá esté encarnada   sinceramente   en   su   vida   con defectos y errores, pero con la firme voluntad de contribuir con el ejemplo personal a hacer realidad la filosofía del colegio que    se fundamenta “en un concepto cristiano de la persona, con sus facultades espirituales y corporales, colocado en el orden de la gracia”, que no les faltará si Cristo es el objetivo de sus vidas las 24 horas del día.





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